La localidad de Almogía se encuentra sumida en una profunda tristeza tras el hallazgo sin vida de Francisco Mayorga, conocido cariñosamente como «Paco, el del Molino». A sus 83 años, Paco era un pilar fundamental de la Hermandad Jesús Nazareno, un ejemplo de devoción y entrega que dejó una impronta imborrable tanto en su comunidad como en su familia. Su muerte, ocurrida el pasado viernes, se produjo después de una semana de incertidumbre y angustia desde su desaparición.
Su hermandad, emocinada, recuerda a Paco como un «hermano y cofrade ejemplar», cuya dedicación inquebrantable se manifestaba en cada uno de los actos litúrgicos que lo mantenían vivo en su amor por la fe. Los miembros del colectivo lo describen con «ojos atentos, manos a la espalda», vigilando cada detalle del altar con la misma devoción con la que colocaba flores al trono de Jesús en cada Jueves Santo. «Era un verdadero amante de la Semana Santa», enfatizan, señalando que su espíritu siempre quedará presente en cada celebración.
La noticia de su fallecimiento ha conmocionado a Almogía. El Ayuntamiento ha respondido a esta pérdida decretando dos días de luto oficial, en los cuales se suspenderán todas las actividades programadas y las banderas ondearán a media asta. «Almogía llora el fallecimiento de un querido vecino que siempre será recordado por su generosidad y entrega», manifestaron las autoridades locales, haciendo un llamado a la comunidad para unirse en este momento de dolor.
La hermandad además ha convocado un minuto de silencio que tendrá lugar el sábado a las 6 de la tarde, un acto que será oficiado por el párroco Fernando Luque. Durante este emotivo homenaje, se llevarán a cabo rezos por su alma, mientras la comunidad se reúne para rendir tributo a un hombre cuya vida fue un ejemplo de devoción y compasión. «Estamos con su familia en estos duros momentos», resaltaron desde el Ayuntamiento, recordando que Paco ahora descansa junto a su Señor, el que tanto amó y veneró.
Almogía se convierte, así, en un remanso de paz y recuerdo, un lugar donde la memoria de Paco permanecerá viva en los corazones de todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo. En cada rincón de la localidad se palpa el dolor, pero también una profunda gratitud por haber compartido momentos con un hombre cuya huella jamás se borrará. En una comunidad marcada por la fe, el legado de Paco, el del Molino, se alza como un faro que perdurará a lo largo del tiempo, recordándonos la importancia de la devoción, el amor y la fraternidad.
La reciente muerte de Francisco Mayorga, conocido como «Paco, el del Molino», revierte un recordatorio poderoso de la importancia de los vínculos comunitarios en un mundo que tiende a la desconexión. Su figura, no solo como cofrade en la Hermandad Jesús Nazareno, sino como un verdadero referente moral y social para Almogía, nos plantea la inquietante cuestión sobre cómo las comunidades mantienen vivas sus tradiciones y valores. La respuesta de la comunidad y del Ayuntamiento al decretar días de luto y organizar un minuto de silencio es un testimonios de los lazos que Paco construyó a lo largo de su vida. Sin embargo, este acto no debe ser visto como un mero homenaje póstumo, sino como una invitación a reflexionar sobre el tipo de legado que queremos forjar en nuestros propios entornos. La pregunta que queda en el aire es, ¿estamos, de verdad, invirtiendo el tiempo y las energías necesarias para fortalecer esos lazos mientras tenemos la oportunidad?
Del mismo modo, este luto colectivo ofrece una oportunidad para reconsiderar el papel de figuras como Paco en la construcción de un sentido de comunidad auténtico, que parece desdibujarse en la vorágine de los tiempos modernos. Mientras las banderas ondean a media asta alrededor de la plaza del pueblo, deberíamos considerar cómo la devoción y el servicio desinteresado que él encarnó pueden ser reavivados en nuestros días. La Semana Santa, que él tanto amó, no es solo un evento; es un espejo de nuestras relaciones interpersonales, de cómo nos dedicamos unos a otros. Recordarle es solo el primer paso; el verdadero desafío radica en cómo tomamos su ejemplo y lo aplicamos en la cotidianidad de nuestras vidas. Así, en el dolor por su partida, podría nacer un renovado compromiso con la solidaridad y la cohesión social en Almogía, transformando la tristeza en una oportunidad para unirnos y crecer como comunidad.
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