La reciente DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que ha azotado varias regiones de España ha dado lugar a una intensa cobertura mediática, pero no ha estado exenta de controversias. El conocido presentador Iker Jiménez, famoso por su labor en la investigación de fenómenos paranormales y misterios históricos, se ha visto envuelto en uno de los episodios más comentados de esta cobertura. La anécdota se centra en su reportero, Rubén Gisbert, quien, en un intento por transmitir la intensidad de la tormenta en directo desde las calles de Málaga, tomó la decisión de lanzarse al suelo para mancharse de barro.
Esta acción ha generado una fuerte reacción en redes sociales, donde los usuarios han debatido sobre la ética del periodismo en situaciones de crisis. Desde los que apoyan la idea de que cualquier método que muestre la realidad dramática del clima extremo es válido, hasta quienes consideran que este tipo de espectáculo rebaja el nivel de seriedad que se debe tener al informar sobre desastres naturales. Una lluvia torrencial puede causar serios daños y poner en riesgo vidas, y, sin embargo, en medio de la catástrofe, se cuestiona si hay límites a la hora de dramatizar la realidad.
Jiménez, quien se ha caracterizado por presentar su contenido de una manera más cercana y emocional, podría argumentar que su intención era conectar con la audiencia y ofrecer una visión cruda de las consecuencias de la DANA. Sin embargo, este enfoque puede resultar cuestionable para quienes ven el periodismo como una responsabilidad de informar con rigor y profesionalismo. A medida que el episodio ha sido comentado por los medios y las redes, ha resaltado una cuestión fundamental: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para captar la atención del público?
La audiencia exige autenticidad, pero a veces esta búsqueda de conexión puede desdibujar las líneas entre un discurso informativo y un espectáculo. A medida que la tormenta avanzaba y las imágenes del reportero cubierto de barro recorrían pantallas, el público se encontraba dividido: por un lado, el impacto visual podría atraer mayor interés hacia los problemas generados por el clima, mientras que, por otro, se advertía un riesgo considerable de trivializar una situación que afectaba a muchas personas.
Este incidente pone de manifiesto la necesidad de un debate profundo sobre las prácticas en el periodismo contemporáneo. Con el avance de las redes sociales y la rapidez con la que se comparte la información, los límites de lo que se considera aceptable parecen cuestionarse constantemente. En tiempos de crisis, definir lo que se entiende por un relato que combine impacto, sensibilización y responsabilidad puede ser más complicado que nunca. La cuestión no es solo sobre lo que se dice, sino sobre cómo se dice y cómo los presentadores y reporteros deben encontrar su lugar en un panorama mediático en constante evolución.
La actuación de Rubén Gisbert al lanzarse al suelo para mancharse de barro durante la cobertura de la DANA no es solo un acto de valentía en la búsqueda de la verdad, sino también un reflejo de la extrema precariedad a la que se enfrenta el periodismo en la actualidad. Aunque la intención de mostrar la realidad de la tormenta puede ser loable, lo que realmente se pone en tela de juicio es la ética del periodismo y el papel que juegan las emociones en la narrativa informativa. Este tipo de dramatización puede resultar en un **corto-circuito** entre el contenido informativo y el espectáculo, lo que a su vez puede trivializar una crisis que afecta a miles de personas. En este sentido, la audiencia debe preguntarse si realmente necesita ver a un reportero cubierto de barro para entender las consecuencias de un fenómeno natural devastador.
Asimismo, el problematicismo de esta situación abre un espacio para debatir sobre **los límites del impacto mediático** en tiempos de crisis. La búsqueda de autenticidad y conexión emocional no debe convertirse en una justificación para el sensacionalismo que puede empañar el mensaje principal. El periodismo debería ser un faro de **responsabilidad y rigor**, y no dejarse arrastrar por la necesidad de captar la atención del público a cualquier precio. Este episodio, si bien ha suscitado un eco significativo en redes sociales, también debería servir como recordatorio de que informar no debería significar espectáculo. La línea es delgada, y es responsabilidad de los profesionales del sector mantenerla firme en lugar de cruzarla en busca de un impacto efímero.
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