Los responsables de Asaja en Málaga han mostrado una profunda preocupación ante el reciente balance agrario del 2024, reflejando así un sector que navega en aguas turbulentas. La organización advierte que la situación es dramática, describiendo este año como uno para «olvidar». A pesar de un ligero aumento en la facturación, que se sitúa en 672 millones de euros frente a los 651 del año anterior, las condiciones económicas son cada vez más adversas. El desafío es claro: la >sequía persistente, el incremento de costes y la competencia desleal de productos importados han creado un bloque de problemas que asfixia la agricultura local, creando un panorama sombrío para los agricultores y ganaderos malagueños.
El presidente de Asaja, Baldomero Bellido, destacó que, aunque las lluvias de otoño han ofrecido un respiro temporal, son insuficientes para revertir la precariedad del sector. Durante una reciente rueda de prensa, Bellido lamentó que la falta de infraestructuras y el acceso limitado al agua continúan siendo los grandes lastres que arrastran a los productores malagueños. “Los problemas son los mismos que el año pasado. Sin un suministro adecuado de agua, no hay futuro viable para la producción agrícola en Andalucía”, subrayó.
Dentro de este difícil escenario, la agricultura se mantiene como el pilar fundamental, alcanzando una facturación de 541 millones de euros, mientras que la ganadería, por su parte, ha sufrido un descenso del 8,5%, lo que representa una pérdida significativa de 130 millones en total. Este fenómeno es especialmente alarmante en el ámbito ganadero, donde muchos productores enfrentan el «cierre de explotaciones» y una profunda falta de relevo generacional, condiciones que, de no abordarse, podrían conducir a una pérdida irreparable de patrimonio rural.
Dentro de los cultivos más emblemáticos de la provincia, el olivar ha tenido un año desastroso, registrando la campaña más baja del siglo con apenas 31,014 toneladas recolectadas. A pesar de que la facturación se ha incrementado a 227,95 millones de euros, este aumento se debe en gran medida a la escasez de producción a nivel nacional e internacional, lo que permite un alza en los precios. Sin embargo, muchos olivareros, especialmente en regiones como la comarca del Guadalhorce, han reportado cosechas nulas, lo que evidencia la dureza de la vida agricultora en un contexto donde la tendencia de precios no siempre se traduce en prosperidad real.
Por otro lado, los cultivos hortícolas y tubérculos han visto una drástica caída del 20% en su facturación, con un total de 113,74 millones de euros. Los tomates, en particular, han registrado el peor año en su historia, con un impacto severo relacionado tanto con el aumento de costes de producción como con la dura competencia externa ante productos provenientes de Maroc y Turquía. La situación es similar para otros cultivos como el pimiento y la cebolla, donde las cifras caen en picado, poniendo en jaque a muchas explotaciones familiares que dependen directamente de estos ingresos.
A medida que el 2024 avanza, las perspectivas no son alentadoras. Bellido concluyó su análisis enfatizando que la recuperación del sector agrario pasa por un comienzo de 2025 con lluvias satisfactorias y un cambio decisivo en las políticas de apoyo a los agricultores. Sin infraestructura adecuada ni medidas que mitiguen la crisis, el futuro del campo malagueño sigue siendo incierto, y muchos agricultores deberán seguir luchando no solo por su sostenibilidad, sino por la esencia misma del medio rural en la provincia. Esta situación no solo afecta a los agricultores, sino que repercute en la economía local y en la identidad cultural del entorno malagueño, haciendo urgente una revisión del modelo agrario actual.
La situación del sector agrario malagueño, tal como ha sido presentada por Asaja, refleja una crisis profunda que no puede ser ignorada por las autoridades locales. La facturación estancada y los retos incesantes, tales como la sequía persistente y el aumento de costos, han colocado a los agricultores en una posición cada vez más vulnerable. A pesar de los incrementos en cifras de facturación, es evidente que estos no se traducen en un verdadero alivio para la mayoría de los productores. En lugar de celebrar cifras que pueden ser engañosas, la comunidad debe concentrarse en la realidad ofuscante que enfrentan muchos agricultores: el cierre de explotaciones, la falta de relevo generacional y un acceso inadecuado a recursos hídricos. Este panorama sugiere un futuro sombrío que requiere acción inmediata y efectiva.
No se puede eludir la urgencia de una revisión del modelo agrario actual en Málaga. La necesidad de infraestructura adecuada y políticas que realmente apoyen a los agricultores son innegables si se quiere garantizar la sostenibilidad del sector. A medida que los problemas persisten, se hace evidente que la identidad cultural y económica de la provincia está en juego. La recuperación del sector agrario no solo depende del clima o de un milagro económico; se requiere un compromiso sólido y renovado de todos los actores involucrados, desde el gobierno hasta la sociedad civil, para asegurar que el campo malagueño no solo sobreviva, sino que prospere en un entorno cada vez más desafiante. Si esto no se aborda pronto, podríamos estar mirando al precipicio de una crisis rural irreversible.
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