El tablero político español ha dado un vuelco inesperado. Según nuestra última encuesta, Vox ha experimentado un crecimiento meteórico, pasando del 9% al 14,8% en tan solo un año. Este resurgimiento no es solo un dato estadístico; es un síntoma de algo más profundo que se cuece en la sociedad española. ¿Pero cuál es el secreto detrás de esta escalada? ¿Es la carismática figura de Santiago Abascal, a pesar de sus limitaciones, o hay algo más?
Más allá del liderazgo, la clave podría estar en el hartazgo. En una España donde el discurso oficial pregona una bonanza económica, muchos ciudadanos no perciben esa prosperidad en sus bolsillos. La brecha entre la realidad y la narrativa oficial se ensancha, y Vox se presenta como el canalizador de esa frustración. Es el partido que, a los ojos de una parte creciente del electorado, representa la alternativa al bipartidismo y promete una ruptura con el statu quo. El discurso directo y sin tapujos, aunque controvertido, resuena en un sector de la población que se siente ignorado por los partidos tradicionales.
No podemos ignorar el factor de la inmigración. Con un discurso cada vez más centrado en este tema, Vox ha logrado capitalizar el miedo y la incertidumbre de una parte de la sociedad. El apoyo a las deportaciones, una medida que roza el 70% en algunos sectores, demuestra la fuerza de este discurso y su capacidad para movilizar al electorado. Este enfoque, sumado a la postura pro-Trump, aunque controvertida en el contexto actual, parece fortalecer su base de votantes.
El ascenso de Vox no es un fenómeno aislado. Su crecimiento se asemeja al auge de partidos de derecha radical en Europa, como la AfD en Alemania o Chega! en Portugal. Todos ellos comparten un discurso crítico con la inmigración, la globalización y las élites políticas. ¿Es Vox el espejo español de esta tendencia global? La respuesta a esta pregunta podría definir el futuro político de España en los próximos años.
En el PP, mientras tanto, observan con cautela. Aunque Feijóo mantiene una posición de fortaleza en las encuestas, el avance de Vox podría complicar sus aspiraciones de gobierno. La negativa a pactar con Abascal, aunque coherente con su estrategia de moderación, podría abrir un nuevo escenario político donde la gobernabilidad se vuelve aún más compleja. El tablero de ajedrez político español se reconfigura, y el próximo movimiento será crucial.
El espejismo de Vox, ese partido que se nutre del desencanto, es un peligro latente para la salud democrática de nuestro país. No nos engañemos: su crecimiento no es un reflejo de soluciones, sino de la habilidad para exacerbar los miedos y las frustraciones de una parte de la población. Un discurso simplista, envuelto en la bandera del patriotismo, que promete soluciones mágicas a problemas complejos como la inmigración o la crisis económica. Es un discurso que cala, lamentablemente, en una sociedad cada vez más polarizada y susceptible a la demagogia. La pregunta que deberíamos hacernos no es tanto por qué Vox crece, sino qué estamos haciendo mal como sociedad para permitir que este tipo de formaciones encuentren un caldo de cultivo tan fértil. La respuesta, seguramente, reside en la erosión de la confianza en las instituciones, en la incapacidad de los partidos tradicionales para conectar con la ciudadanía y, sobre todo, en la falta de un debate público honesto y constructivo.
Sin embargo, no caigamos en el error de demonizar a quienes, legítimamente, votan a Vox. Es un error simplista y peligroso. Detrás de cada voto hay una historia, una preocupación, un desencanto. Ignorar estas realidades es alimentar aún más la brecha social y fortalecer el discurso populista. La clave para frenar el avance de la ultraderecha no reside en estigmatizar a sus votantes, sino en abordar las causas profundas de su descontento. Es necesario reconstruir la confianza en la política, ofrecer soluciones concretas a los problemas reales de la gente y, sobre todo, combatir la desinformación y el discurso del odio. De lo contrario, el espejismo de Vox seguirá creciendo, poniendo en riesgo los valores fundamentales de nuestra democracia.
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