El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha encendido el debate político en España tras su discurso del sábado, donde criticó el pacto entre PP y Vox tildándolo de «colaboracionismo». Su proclamación de que si fuera alemán, debería seguir el modelo de Merz y los democristianos alemanes, ha suscitado reacciones que ponen en tela de juicio su propia trayectoria y decisiones.
Sánchez argumentó que la historia juzgaría con severidad a aquellos que opten por alianzas con la extrema derecha, haciendo una comparación que muchos consideran simplista entre el presente político de España y Europa de los años 30. Críticos han señalado que, mientras él exige que el PP evite pactar con Vox, se olvida de que en Alemania, la SPD ha apoyado en varias ocasiones a gobiernos conservadores tras elecciones. Esta postura choca con su propia declaración de «no es no», utilizada tras las elecciones de 2023.
Manuel Arias Maldonado, experto en análisis político, evalúa este discurso como evidencia de la incoherencia en la política de alianzas de Sánchez. En su opinión, el compararse con actores internacionales sin reconocer su propia historia de gobernabilidad contribuye a la desconfianza hacia su liderazgo. La disposición a formas de colaboración entre socialistas y conservadores en otros países, como Alemania, refuerza la idea de que no se pueden imponer cordones sanitarios sin una colaboración mutua efectiva.
Este debate plantea una cuestión crítica sobre la gobernabilidad actual en España. A medida que el Gobierno de Sánchez intenta navegar a través de una legislatura marcada por las cesiones a socios más radicales, el estado del país deriva hacia compromisos cuestionables. La reciente decisión de condonar 17.000 millones de deuda a Cataluña para mantener el apoyo de ERC ha sido vista como un ejemplo concreto de cómo la política coyuntural puede desdibujar las líneas éticas y prácticas en la gobernanza.
El presidente, al apelar a un comportamiento similar al de sus colegas alemanes, parece olvidar que estos han estado dispuestos a compartir el poder, mientras que él ha rechazado colaborar con los líderes de la oposición que obtuvieron más votos en las elecciones. Esta paradoja se hace más evidente cuando se consideran los pactos previos de Sánchez con formaciones independentistas que muchos consideran parte del espectro radical. Así, la exigencia de un comportamiento ejemplar por parte de Feijóo y el PP contrasta con la historia de alianzas del propio Sánchez.
En este intrincado entramado político, la pregunta que surge es si la historia castigará, efectivamente, a aquellos que eligen el camino de la conveniencia sobre el de la ética. La respuesta podría depender del desarrollo de la política española en los próximos meses y de la capacidad de los líderes para encontrar un terreno común, que a menudo parece estar más allá del alcance de la actual dirección socialista.
Pedro Sánchez, en su reciente discurso, parece haber pretendido erigirse como el bastión contra el «colaboracionismo» con la extrema derecha, apelando, incluso, a comparaciones con modelos de gobernanza europeos. Sin embargo, esta postura, lejos de consolidar su liderazgo, destila una notable incoherencia que limita su credibilidad. Al exigir al PP que evite pactos con Vox, Sánchez ignora que su historial de alianzas incluye a partidos independentistas con los que mantiene conveniencias que, a ojos de muchos, se dibujan como mucho más radicales. Este doble rasero no solo socava su discurso, sino que también plantea inquietantes interrogantes sobre la autenticidad de su llamado a la ética en la política. Un liderazgo político robusto debería ser capaz de articular críticas fundamentadas a la oposición sin caer en la autocomplacencia o el olvido de su propia historia.
El verdadero dilema que enfrenta España es la necesidad de una gobernanza que trascienda el mero intercambio de favores y se fortalezca a través del consenso. En lugar de replicar los modelos de diálogo y colaboración observados en países como Alemania, donde los acuerdos son necesarios para mantener la estabilidad, Sánchez opta por seguir un camino que augura división y desconfianza. La condición de un Gobierno se mide no solo por su capacidad para resistir la presión, sino por su disposición a incluir perspectivas diversas en la toma de decisiones. El reto para el Ejecutivo es claro: la política española requiere líderes que sean capaces de transitar hacia modelos más inclusivos, donde las diferencias se conviertan en oportunidades de diálogo y no en barreras que perpetúen el conflicto. De no hacerlo, el futuro que se vislumbra es uno de fragmentación en lugar de unión.
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