Madrid se convirtió ayer en el epicentro de la reflexión sobre la salud mental, con la conmemoración del Día Mundial dedicado a esta causa. La Reina Letizia, con su presencia y palabras, dio un fuerte impulso a la necesidad de priorizar el bienestar psicológico en situaciones de crisis, desde desastres naturales hasta conflictos bélicos. Su discurso resonó con fuerza, especialmente al recordar que la salud mental no es un lujo, sino un derecho fundamental que se ve amenazado por las crecientes emergencias globales.
La Reina no se limitó a enumerar los problemas, sino que ahondó en las consecuencias invisibles que las catástrofes dejan en la psique humana. Insomnio, tristeza, depresión y ansiedad, son solo algunos de los fantasmas que acechan tras incendios, inundaciones o situaciones de violencia. Estas secuelas, a menudo silenciadas, pueden derivar en patologías mentales graves si no se abordan a tiempo, especialmente en personas con discapacidad, cuya vulnerabilidad se duplica. Su Majestad planteó un interrogante crucial: ¿cómo paliar ese daño psicológico y evitar que se convierta en una enfermedad crónica?
En un mundo donde las emociones a menudo se desbordan y las palabras faltan, la Reina Letizia reivindicó el poder sanador de la lectura, especialmente para los jóvenes. Los libros, según ella, pueden ser un refugio donde encontrar las palabras necesarias para expresar el dolor, la pérdida y la incertidumbre. Un llamado a la introspección y al autoconocimiento que resuena con especial fuerza en una sociedad cada vez más digitalizada y superficial.
La ministra de Sanidad, Mónica García, reforzó el mensaje de la Reina, destacando la importancia de las unidades de salud mental de emergencia, especialmente tras la experiencia de la DANA. Además, incidió en la dimensión social de la salud mental, afirmando que «tiene código postal» y que depende de factores como la vivienda y la justicia social. La empatía, según la ministra, es la «medicina del alma», un antídoto necesario ante la fractura emocional causada por conflictos como la guerra en Gaza. La intervención de García subraya que la salud mental no es solo un problema individual, sino una cuestión de justicia social que requiere políticas públicas ambiciosas y coordinadas. La ministra no dudó en calificar la situación en Gaza de «genocidio y masacre», evidenciando el profundo impacto psicológico que estos eventos tienen a nivel global.
La jornada concluyó con un renovado compromiso de poner la salud mental en el centro de las políticas públicas, reconociendo la vulnerabilidad compartida y la necesidad de garantizar el acceso a la atención y el acompañamiento emocional para todos. El Día Mundial de la Salud Mental no es solo una fecha en el calendario, sino un llamado urgente a la acción.
La intervención de la Reina Letizia en la conmemoración del Día Mundial de la Salud Mental, aunque oportuna y necesaria, adolece del peligro inherente a cualquier discurso institucional: la tendencia a la generalización y la evasión de responsabilidades concretas. Aplaudimos la visibilidad que otorga a un problema acuciante, especialmente en situaciones de emergencia, pero uno se pregunta si este eco mediático se traduce en un compromiso real con el aumento de recursos destinados a la atención psicológica en el Sistema Nacional de Salud, notoriamente insuficiente. La mención a la lectura como refugio, si bien poética, corre el riesgo de trivializar una problemática compleja que requiere, ante todo, de profesionales cualificados y accesibles para toda la población, independientemente de su código postal.
La ministra García, por su parte, aportó un matiz crucial al vincular la salud mental con la justicia social, desvelando la **profunda desigualdad que subyace a la vulnerabilidad psicológica**. Su referencia a la situación en Gaza, sin embargo, podría interpretarse como un intento de capitalización política de un drama humanitario, aunque no se pueda negar la innegable dimensión traumática que eventos como este tienen a nivel global. Es fundamental que este compromiso verbal se traduzca en políticas públicas concretas que aborden las causas estructurales de la desigualdad, como la precariedad laboral y la falta de acceso a una vivienda digna, factores determinantes en el bienestar psicológico de la ciudadanía. Sin medidas audaces en este sentido, el discurso sobre la salud mental corre el riesgo de quedarse en una mera declaración de intenciones.
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