El ex presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se enfrentó hoy a un intenso interrogatorio ante la Comisión del Congreso que investiga la denominada Operación Cataluña, una trama que ha conmocionado el panorama político español en los últimos años. Su comparecencia, marcada por la tensión y el cruce de acusaciones, se convirtió rápidamente en un verdadero duelo entre el ex mandatario y los representantes de los distintos grupos parlamentarios.
Durante la sesión, Rajoy negó categóricamente haber tenido conocimiento sobre la creación de lo que sus detractores han calificado como una “policía patriótica”, destinada a espiar a sus adversarios políticos. “No tengo nada que esconder, y punto”, afirmó con firmeza, subrayando su posición ante los constantes reproches de los diputados de oposición. El ex presidente fue contundente al señalar que la única operación de la que tiene constancia relacionada con Cataluña es la que llevó a la activación del artículo 155 de la Constitución, utilizado para frenar el desafío independentista de algunos líderes catalanes.
La jornada se tornó especialmente áspera cuando la representante de Podemos, Ione Belarra, lo acusó directamente de ser uno de los presidentes más corruptos de la democracia española. Las palabras de Belarra calaron hondo, provocando que Rajoy se defendiera con vehemencia: “Si ya sabe usted que voy a mentir, no sé por qué me llama a comparecer aquí”, replicó, desafiando la credibilidad de su acusadora. Este intercambio sembró a su alrededor un ambiente de creciente crispación, que se intensificó aún más con las intervenciones de otros grupos políticos.
Gabriel Rufián, portavoz de ERC, intensificó la presión sobre Rajoy al recordarle que durante su mandato se encarcelaron a líderes independentistas y que ahora esos mismos políticos sostienen al actual Gobierno. “Usted fue presidente en un tiempo oscuro”, sentenció Rufián, dejando entrever que las consecuencias de la gestión de Rajoy se extienden más allá de su mandato y aún afectan a la estructura social y política de España.
A pesar de la altísima carga emocional y de los ataques, Rajoy mantuvo su postura defensiva, argumentando que había actuado en pro de la estabilidad de la nación. “Hice lo que tenía que hacer”, insistió al responder a las acusaciones de inacción frente al desafío independentista. Insistía en que actuó conforme a la ley y la Constitución, esgrimiendo que su aplicación del 155 fue un acto necesario para preservar la unidad de España.
No obstante, sus palabras suscitaron críticas, e incluso la diputada de Sumar, Gerardo Pisarello, afirmó que la aplicación del 155 había sido inconstitucional y criticó severamente tanto la gestión de Rajoy como la actuación del Tribunal Supremo en el juicio a los líderes independentistas. “Pasarán a la historia de la infamia como Nixon o Fujimori”, sentenció, exigiendo una reflexión sobre la legitimidad de las decisiones tomadas durante esos años. La respuesta de Rajoy fue calificar el discurso como una “soflama inquisitorial”, evidenciando su firmeza ante las acusaciones.
Esta histórica sesión no solo representa un capítulo significativo en la investigación de la Operación Cataluña, sino que también pone de relieve la polarización y la división del actual panorama político español, donde las viejas herencias continúan afectando el presente y el futuro del país.
La comparecencia de Mariano Rajoy ante la Comisión del Congreso sobre la Operación Cataluña representa una oportunidad crítica para reflexionar sobre un periodo de nuestra historia reciente marcado por la confrontación y la desconfianza institucional. Aunque Rajoy afirme que no tiene nada que esconder, su insistencia en desmarcarse de las acusaciones —incluso tildándolas de inverosímiles— arroja luz sobre un problema más profundo: la falta de rendición de cuentas en nuestra clase política. La afirmación de que actuó dentro del marco jurídico es un argumento que debería ser scrutinado con mayor rigor, sobre todo cuando la aplicación del artículo 155 y la catalogación de su administración como «policía patriótica» están en el centro de la controversia. Es esencial recordar que la confianza en las instituciones se basa precisamente en la transparencia y la voluntad de asumir la responsabilidad por los actos, y ante este escenario, Rajoy parece más un protagonista de una fábula de evasión que un líder dispuesto a enfrentar las consecuencias de sus decisiones.
La polarización que se evidenció durante esta sesión pone de manifiesto el complicado entramado político español, donde las heridas del pasado no solo no cicatrizan, sino que se expanden cada vez que surgen las viejas rencillas. Las acusaciones lanzadas por representantes de partidos como Podemos y ERC abundan en ejemplos de cómo las decisiones de Rajoy han postergado la posibilidad de un diálogo constructivo y han exacerbado las divisiones sociales. En lugar de ver esta comparecencia como un simple espectáculo político, es preciso abordar la necesidad de un debate más profundo sobre la legitimidad de las acciones pasadas y su impacto en el presente. La historia juzgará si Rajoy es un líder que defendió los intereses de España o si se convertirá en un símbolo de un periodo convulso que aún resuena en la actualidad. La crítica a su gestión no debería cesar; al contrario, debería animarnos a construir un marco ético y responsable donde las acciones políticas se alineen con la justicia y la reconciliación.
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