La llegada de Donald Trump a la política internacional y su decisión sorprendente de desvincularse de los lazos tradicionales con Europa, concretamente la Unión Europea (UE), ha transformado drásticamente el escenario geopolítico del continente. En este contexto marcado por la incertidumbre, España se enfrenta a desafíos sin precedentes en materia de defensa. El Gobierno de Pedro Sánchez se ve obligado a redefinir su estrategia, con un ambicioso objetivo: alcanzar el 2% del PIB en gasto militar antes de 2029.
Este giro implica un cambio radical respecto a la política pacifista que caracterizó al gobierno de su predecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, quien en 2004 retiró las tropas españolas de Irak bajo el lema No a la guerra. En un contexto donde el clamor por la paz ha resonado históricamente en las filas del PSOE, now Sánchez se enfrenta a la compleja tarea de convencer a un electorado mayoritariamente pacifista de la necesidad de fortalecer las capacidades defensivas del país. Las fuentes gubernamentales aseguran que, aunque la realidad actual exige un cambio de rumbo, esto no debe interpretarse como un abandono de los principios que han guiado históricamente a la izquierda española.
El debate que rodea la política de defensa no solo es incómodo, sino que se presenta como una balanza delicada que debe equilibrar las demandas de seguridad con las expectativas de un electorado que ha abrazado la paz. Desde Moncloa, los colaboradores de Sánchez enfatizan que el incremento en el gasto militar no debe ser asimilado únicamente a nuevas adquisiciones de armamento. La clave es cómo comunicar a la ciudadanía que un ejército robusto es fundamental para mantener la paz. A pesar de que España no encabeza la lista de gastos en defensa en Europa, su participación en misiones de paz ha sido destacada, generando un respaldo mayoritario en la población.
Pese a estas cifras esperanzadoras y al apoyo expresado por el presidente Volodímir Zelenski de Ucrania por la ayuda militar española durante momentos críticos, los desafíos son evidentes. La oposición, liderada por Alberto Núñez Feijóo, cuestiona la legitimidad de las decisiones de Sánchez en el ámbito internacional sin el consentimiento del Congreso, desafiando la estrategia del actual Gobierno y añadiendo otro nivel de complejidad al tema de defensa nacional. Feijóo exige un trato preferente y advierte sobre el peligro de comprometer la posición y la estabilidad de España en el plano internacional.
El Gobierno juega una carta crucial en este escenario: la seguridad y defensa serán ejes centrales de su trabajo, y ya no se puede ignorar la realidad de un mundo que, a raíz de la política de Trump, se presenta cada vez más complicado. Así lo afirman fuentes cercanas a Sánchez, que insisten en que la UE tiene la oportunidad de reconfigurarse y España de asumir un papel protagónico en la nueva era de la defensa europea. Con cada decisión, el presidente no solo busca responder a una necesidad coyuntural, sino también dejar una huella histórica en la evolución de la Unión y la política de defensa en el viejo continente.
A medida que el panorama continúa desarrollándose, la pregunta persiste: ¿será España capaz de hallar el equilibrio necesario entre sus compromisos defensivos y su anhelo por la paz? La historia reciente sugiere que la respuesta requiere tanto dosis de audacia como de sensibilidad política. La historia de las decisiones de defensa también podría ser la historia de la búsqueda de una nueva identidad para España dentro de una Europa que ya no puede depender exclusivamente de su antiguo aliado, Estados Unidos.
El aumento del gasto militar en España, proyectado al 2% del PIB, representa un claro intento del Gobierno de Pedro Sánchez de reorientar la defensa nacional en un contexto geopolítico incierto. Sin embargo, esta estrategia plantea un dilema ético y político que merece una reflexión profunda. La transición de una política pacifista a un enfoque militarista no solo desafía la tradición histórica del PSOE, sino que también corre el riesgo de alienar a un electorado que ha forjado su identidad en la búsqueda de la paz. En un momento en que la Unión Europea se encuentra en una encrucijada, debe preguntarse si realmente es viable cimentar la seguridad sobre la base de la militarización, o si, por el contrario, se debería fortalecer la diplomacia y el diálogo como herramientas para crear un entorno más estable y seguro en la región.
Además, el reto comunicativo que enfrenta el Gobierno es monumental. Tratar de convencer a la población de que un ejército robusto es sinónimo de paz requiere no solo de argumentos sólidos, sino de una sensibilidad política que parece estar ausente en la narrativa oficial. A medida que surgen críticas de la oposición y el nuevo panorama internacional se revela cada día más complejo, se vuelve imperativo que el Gobierno no solo explique el “por qué” detrás de este incremento, sino que también articule un proyecto de defensa que no signifique un abandono de los principios pacifistas que han caracterizado a España. Un equilibrio entre la responsabilidad de proteger y el compromiso con la paz debe ser el norte en este nuevo paradigma, o corremos el riesgo de desdibujar la identidad y el papel histórico de España en la escena internacional.
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