El eco de un horror silenciado resuena con fuerza en Oviedo. Una pareja, proveniente de Alemania, podría pasar un cuarto de siglo tras las rejas por mantener a sus tres hijos menores en un virtual secuestro domiciliario durante casi cuatro años. La Fiscalía ha presentado un escrito provisional acusándolos de detención ilegal y violencia psíquica habitual, un calvario que ha dejado profundas cicatrices en las vidas de los pequeños, dos gemelos de 8 años y un hermano mayor de 10.
La pesadilla comenzó en diciembre de 2021, cuando la familia, aparentemente huyendo de algo más que el frío alemán, se instaló en una casa alquilada en Fitoria, a las afueras de Oviedo. La discreción, rayana en la paranoia, fue su escudo. El padre, el único empadronado, logró que los niños se desvanecieran del radar de las instituciones, negándoles acceso a la educación, la sanidad y, lo más cruel, al contacto humano. Una vecina, con la sensibilidad de quien intuye una tragedia, fue la chispa que encendió la investigación policial. Su denuncia, basada en vislumbres fugaces de los niños tras una ventana, destapó la crueldad que se escondía tras el portón cerrado.
El fiscal es implacable en su descripción del abandono. Los padres, cegados por un miedo irracional a los contagios surgido con la pandemia, transformaron su hogar en una prisión. Los gemelos, con ocho años, eran analfabetos funcionales, recibiendo una educación esporádica y superficial por parte de sus padres. La última vez que vieron a un médico fue en 2019, antes de su huida a España. La medicación, almacenada sin control ni receta, era administrada por los propios padres, quienes se erigieron en improvisados galenos. La policía encontró en la casa un verdadero arsenal de fármacos. La salud física de los niños era igualmente preocupante. El mayor necesitaba gafas, pero nunca había sido examinado por un oftalmólogo. Todos presentaban problemas de incontinencia y serias dificultades motrices, fruto del encierro y la falta de estimulación. Caminaban encorvados, con las piernas arqueadas, y les costaba subir y bajar escaleras.
La justificación de los padres, un miedo enfermizo a los contagios, se derrumba ante la evidencia de la insalubridad de la vivienda. Suciedad, basura y excrementos de animales eran el telón de fondo de una reclusión que pretendían justificar con un supuesto afán de proteger a sus hijos. Su versión de haber solicitado la educación en casa, denegada en Alemania, es una excusa que no atenúa la gravedad de sus actos.
Desde su detención en abril, los padres permanecen en prisión, privados de la libertad condicional y del contacto con sus hijos. Los menores se encuentran bajo la tutela del Principado de Asturias, en un centro donde reciben atención especializada. Los informes psicológicos son desalentadores: sufren distocia social, un retraso en su capacidad para establecer relaciones sociales, que requerirá un largo y arduo proceso de recuperación.
La Fiscalía, consciente del daño irreparable causado a los niños, ha solicitado penas de más de 25 años de cárcel para cada uno de los progenitores por tres delitos de violencia psíquica habitual y otros tres de detención ilegal y abandono de familia. Además, pide que se les prohíba acercarse a los menores durante el tiempo que dure la condena y que les indemnicen con 15.000 euros a cada uno por los daños morales sufridos. Este caso, que ha conmocionado a la opinión pública, es un triste recordatorio de la vulnerabilidad de la infancia y de la necesidad de estar alerta ante cualquier indicio de maltrato o negligencia. La justicia deberá ahora determinar el alcance de la culpabilidad de los padres y garantizar que los niños puedan reconstruir sus vidas, borrando las cicatrices de un infierno doméstico que nunca debió existir.

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