El archipiélago canario, conocido por su rica biodiversidad marina y sus esfuerzos en la conservación de especies, se enfrenta a un preocupante repunte en la mortalidad de cetáceos. Apenas unas semanas después de que el catedrático de la ULPGC, Antonio Fernández, regresara optimista del Congreso Europeo de Cetáceos, las costas de Tenerife fueron escenario del hallazgo de dos cachalotes muertos, un presagio sombrío de lo que vendría después. La ilusión inicial se ha transformado en una llamada urgente a la acción, mientras los científicos buscan respuestas y soluciones para proteger a estos gigantes del océano.
El 21 de mayo marcó un punto de inflexión. La aparición de una hembra de cachalote de casi 10 metros en la playa de Los Roques, Fasnia, y el avistamiento de otro ejemplar flotando en la misma zona, encendieron las alarmas. En los días siguientes, el hallazgo de un zifio, un calderón y un delfín muertos en diferentes puntos de las islas confirmó una tendencia inquietante. La presión mediática llevó al equipo de Antonio Fernández, del Instituto Universitario de Sanidad Animal y Seguridad Alimentaria IUSA-ULPGC, a acelerar las autopsias y a divulgar un informe preliminar que revelaba la cruda realidad: mientras que la mayoría de los cetáceos fallecieron por causas naturales, los dos cachalotes eran víctimas de colisiones con embarcaciones, una de ellas confirmada y la otra altamente sospechosa.
El caso de la hembra de cachalote es particularmente desgarrador. Trasladada al polígono industrial de Granadilla, el examen visual reveló un corte limpio de más de dos metros en la cabeza, una herida infligida por la hélice de una embarcación. La contundencia del impacto no dejó lugar a dudas: la muerte fue casi instantánea. El informe preliminar describe el suceso como un "traumatismo craneal cortante grave, compatible con una muerte casi inmediata por colisión". Esta descripción, aunque técnica, transmite la brutalidad del encuentro y la vulnerabilidad de estos animales en su propio hábitat.
El segundo cachalote, encontrado en un estado avanzado de descomposición, no pudo ser sometido a una necropsia completa. Sin embargo, los análisis genéticos en curso buscan determinar si existe un vínculo familiar con el primer ejemplar, lo que reforzaría la hipótesis de que ambos fueron golpeados por la misma embarcación mientras descansaban en posición vertical. Esta coincidencia, si se confirma, señalaría un patrón preocupante y la necesidad urgente de investigar las rutas marítimas y el comportamiento de las embarcaciones en la zona.
Las colisiones con embarcaciones son una de las principales amenazas para los cetáceos en Canarias, representando un 20% de las muertes anuales. Aunque la prohibición del uso de sonares militares en 2004 logró reducir la mortalidad de zifios, el aumento del tráfico marítimo, impulsado por el turismo y la falta de límites de velocidad en el mar, sigue siendo un factor de riesgo significativo. Antonio Fernández destaca la necesidad de investigar las rutas migratorias de los cetáceos y de colaborar con las navieras para implementar medidas de protección en zonas y épocas críticas. "No sabemos los movimientos de los animales. Yo creo que ahí es donde la ciencia tiene que poner su esfuerzo", afirma el experto.
La sensibilidad social hacia la conservación marina está en aumento, y la muerte de estos majestuosos animales nos recuerda la fragilidad del equilibrio entre el desarrollo humano y la protección de la vida silvestre. Canarias, como "punto caliente" para las colisiones de cetáceos, tiene la responsabilidad de liderar la investigación y la implementación de soluciones que permitan garantizar un futuro seguro para estos embajadores del océano. La colaboración entre científicos, navieras y autoridades es fundamental para evitar que la ilusión de un futuro mejor para los cetáceos se vea nuevamente truncada por la negligencia y la falta de conciencia.
La trágica noticia del aumento de muertes de cetáceos en Canarias, especialmente por colisiones con embarcaciones, no solo es un golpe para la biodiversidad marina, sino también un **reflejo de nuestra miope gestión del desarrollo económico y el turismo**. Mientras celebramos el crecimiento del tráfico marítimo y la llegada de visitantes, olvidamos que el océano no es una autopista ilimitada, sino un ecosistema frágil donde cada impacto tiene consecuencias devastadoras. La confirmada muerte por hélice de la hembra de cachalote no es un accidente aislado, sino la punta del iceberg de una **negligencia colectiva que prioriza el beneficio inmediato sobre la sostenibilidad a largo plazo**. Resulta indignante que, pese a las advertencias y los estudios, no se hayan implementado medidas más contundentes para regular la velocidad y las rutas de las embarcaciones en zonas críticas.
La propuesta de Antonio Fernández sobre la necesidad de investigar las rutas migratorias y colaborar con las navieras es un paso en la dirección correcta, pero requiere una urgencia y una inversión que hasta ahora parecen ausentes. No basta con prohibir los sonares militares; es imprescindible **establecer límites de velocidad obligatorios, señalizar zonas de alta sensibilidad y dotar de recursos a la investigación científica para comprender mejor los patrones de movimiento de estos animales**. Pero quizás lo más importante es cambiar la mentalidad: dejar de ver el mar como un recurso inagotable y empezar a valorarlo como un patrimonio invaluable que debemos proteger. De lo contrario, la imagen del cachalote mutilado será un símbolo vergonzoso de nuestra incapacidad para coexistir de forma armoniosa con la naturaleza.
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