En el laberinto político español, pocas regiones han servido como crisol de estrategias tan controvertidas como Navarra. Más allá de las montañas y los verdes valles, la Comunidad Foral se ha convertido en un terreno de experimentación para el Partido Socialista, un banco de pruebas donde Santos Cerdán, hoy envuelto en la turbia trama del ‘caso Koldo’, sembró las semillas de un cambio radical en las relaciones con la izquierda abertzale. Ahora, mientras las investigaciones judiciales avanzan, emerge la sombra de una doble estrategia: el presunto desvío de fondos públicos, y un viraje político que ha reconfigurado el panorama nacional.
La caída de Ramón Alzórriz, número dos de Chivite, es la última ficha de dominó en caer, arrastrada por la onda expansiva del escándalo. Pero el eco resuena con más fuerza al recordar los primeros pasos de Cerdán en la cúpula del PSN, donde gestó los primeros acercamientos a Bildu, intentos inicialmente abortados por Ferraz. La historia de vetos y volantazos, de prohibiciones y posteriores aprobaciones, revela una Navarra dividida entre la prudencia de la vieja guardia socialista y la audacia del nuevo liderazgo, impulsado por el ascenso de Pedro Sánchez.
El camino hacia la normalización de las relaciones con Bildu no fue un lecho de rosas. Aquel "agostazo" de 2007, con Zapatero frenando en seco un pacto con la izquierda abertzale, contrasta con la investidura de María Chivite en 2019, un hito marcado por la abstención clave de los diputados de Bildu. La moneda de cambio, la alcaldía de Huarte, fue un símbolo de la nueva era, un anticipo de lo que ocurriría meses después en La Moncloa. Cerdán, el arquitecto de este acercamiento, convenció a Sánchez, allanando el camino para una investidura que dependía, en parte, del apoyo de la izquierda abertzale.
La estrategia navarra, lejos de ser una excepción, se convirtió en la norma. En 2023, el PSN facilitó la alcaldía de Pamplona a Joseba Asiron, un gesto que consolidó la alianza y evidenció el giro estratégico. Detrás de cada movimiento, de cada negociación, se percibe la mano de Cerdán, un hombre que, desde la sala de máquinas del PSN, tejió una red de alianzas que transformó la política navarra y, por extensión, la española. Ahora, con el ‘caso Koldo’ salpicando su trayectoria, la pregunta que se plantea es si este acercamiento, impulsado desde Navarra, se verá afectado por las investigaciones en curso. ¿Pagará el PSOE el precio de su arriesgada apuesta por el entendimiento con Bildu? Solo el tiempo lo dirá.
La noticia que emerge desde Navarra es un espejo distorsionado de la política nacional. El «laboratorio» navarro, lejos de ser un espacio de innovación y progreso, parece más bien un campo de pruebas para estrategias políticas arriesgadas, donde la ética y la transparencia se diluyen en aras del poder. El ascenso de Pedro Sánchez, apuntalado por acuerdos que antes se consideraban líneas rojas, deja un regusto amargo. No se trata de demonizar el diálogo, sino de cuestionar la legitimidad de acuerdos construidos sobre una base tan movediza como la que sugiere el caso Koldo. La política, en su esencia, debería ser un servicio público, no un juego de tronos donde se sacrifica la integridad en aras de la gobernabilidad.
Si bien la normalización de las relaciones con Bildu puede interpretarse como un avance hacia la reconciliación y la superación de un pasado doloroso, la sombra del «caso Koldo» proyecta dudas razonables sobre la verdadera naturaleza de este acercamiento. ¿Es realmente un compromiso con la paz y la convivencia, o una simple herramienta para apuntalar la permanencia en el poder? La caída de figuras clave como Ramón Alzórriz no es un mero daño colateral, sino un síntoma de una enfermedad más profunda que corroe los cimientos de la confianza ciudadana en la política. Es imperativo que se investigue a fondo, se depuren responsabilidades y se restablezca la credibilidad en las instituciones, no solo en Navarra, sino en todo el país.
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