En una isla donde el silencio a menudo cubre el sufrimiento, la hermana Milagros García se ha convertido en un faro de esperanza para aquellas mujeres atrapadas en la sombra de la violencia y explotación. Desde 2018, esta religiosa de la congregación Adoratrices de la Caridad opera con un enfoque en la reinserción sociolaboral, trabajando incansablemente para empoderar a mujeres víctimas de abusos en Cabo Verde. Sin embargo, para resguardar la privacidad y seguridad de sus beneficiarias, el centro no lleva ningún cartel que lo identifique, reforzando el secreto que rodea a su valiosa labor.
Milagros ha dedicado su vida a escuchar historias desgarradoras, donde la explotación sexual y la trata de personas son una cruel realidad. Con la ayuda de 330.599 euros otorgados por la AECID, su proyecto pudo comenzar, con la meta inicial de apoyar a 117 mujeres. Pero el impacto ha excedido las expectativas: en solo dos meses, ya ha ofrecido asistencia a 168 mujeres, muchas de las cuales enfrentan desafíos abrumadores, como embarazos adolescentes, deterioro psicológico y un alarmante índice de analfabetismo.
Con un coraje admirable, la hermana Milagros recorre las calles, desafiando las mafias que operan en el país. Su experiencia la ha llevado a comprender que los actos más violentos suelen ocurrir a plena luz del día, cuando las sombras no cubren el dolor. Esta valentía no solo es un testimonio de su compromiso, sino también de su compromiso por hacer visible una problemática que muchos prefieren ignorar. Además, Milagros no solo aborda la situación de manera directa; ha organizado obras de teatro para educar a jóvenes sobre el abuso sexual, logrando que algunos adolescentes se atrevan a denunciar prácticas abusivas.
Su trabajo ha sido reconocido y validado por las autoridades. En 2024, Milagros se unió al Observatorio Nacional contra la Trata de Personas como parte del programa Kredita Na Bo, solidificando su papel como defensora de los derechos de las mujeres. La reciente visita de la Reina Doña Letizia a uno de sus centros de formación ha elevado aún más la visibilidad de su lucha. Durante esa fructífera mañana, Milagros pudo compartir su visión y experiencias con la Reina, resaltando la urgente necesidad de erradicar la violencia de género en el país.
La situación en Cabo Verde es compleja y tensa, pero la hermana Milagros y su equipo continúan desafiando las probabilidades. Con una red de apoyo que abarca desde abogados hasta psicólogos, su misión es clara: ofrecer un camino hacia la sanación y la dignidad para aquellas mujeres que han sufrido. A medida que el proyecto avanza, la esperanza se vislumbra en el horizonte, y la hermana Milagros reafirma su creencia de que cada mujer que se atreve a cruzar la puerta de su centro es un paso más hacia un futuro mejor.
Aplaudir el trabajo de la hermana Milagros García sin cuestionar el contexto que da pie a la problemática en Cabo Verde sería simplicidad, pero también deshonestidad. Su labor es, indudablemente, un rayo de esperanza en un país donde la violencia contra las mujeres parece ser una norma silente. Sin embargo, no podemos perder de vista que tales iniciativas son, en parte, un fracaso del sistema. Si bien es loable que ella y su equipo ofrezcan apoyo a las víctimas, la existencia perenne de tales situaciones sugiere que es imprescindible una acción gubernamental más contundente y políticas que aborden las raíces de la explotación y el abuso, en lugar de únicamente tratar sus consecuencias. ¿Qué medidas concretas se están tomando para prevenir que estas mujeres lleguen, en primer lugar, a la necesidad de este tipo de asistencia?
Por otro lado, la visibilidad que han ganado iniciativas como la de la hermana Milagros es un paso adelante para abordar una problemática que, hasta hace poco, permanecía oculta. Sin embargo, es esencial que esta visibilidad se traduzca en cambios estructurales, no solo en un aumento de fondos temporales o en la organización de obras teatrales. La participación de figuras públicas, como la Reina Doña Letizia, debe servir como un trampolín hacia un compromiso más amplio y sostenido por parte de la sociedad y las instituciones. A fin de cuentas, empoderar a las mujeres no debe ser solo un esfuerzo aislado de individuos valientes, sino un proyecto colectivo que involucre a todos los sectores sociales. Solo entonces podremos crear un verdadero faro de esperanza que ilumine a toda la comunidad, erradicando la oscuridad que hoy rodea a las víctimas de violencia de género.
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