Esta semana, la Comunidad de Madrid ha dado un paso significativo hacia la eliminación de las tabletas en las aulas, siguiendo el ejemplo de Suecia. Una decisión que promete revolucionar la forma en que se entiende y se practica la educación en la región. Esta iniciativa se inscribe en un contexto más amplio, donde diversos estudios, como el realizado por el Instituto Nacional de Salud Pública de Québec, han cuestionado la efectividad de los dispositivos digitales en el entorno escolar.
Según la revisión de la literatura presentada por los expertos canadienses, los dispositivos digitales utilizadas con fines educativos y personales no solo carecen de beneficios claros para el aprendizaje, sino que también pueden tener un efecto negativo en la cognición de los jóvenes. Esta afirmación ha desencadenado un intenso debate sobre la idoneidad de las tabletas como herramientas educativas, planteando interrogantes sobre la dirección que ha tomado la educación en la era digital.
La rápida adopción de la tecnología en las aulas se ha visto impulsada por la creencia de que lo nuevo siempre es sinónimo de progreso. Sin embargo, la falta de un debate crítico sobre el uso de tabletas revela un estado mental colectivamente cautivo por la novedad tecnológica. Este fenómeno ha llevado a un desprecio por métodos de enseñanza que han demostrado ser eficaces a lo largo del tiempo, anclando a estudiantes y educadores en una dependencia a menudo perjudicial de dispositivos digitales que compiten por la atención.
El “trance de la novedad tecnológica”, como se le denomina, tiene efectos visibles en la educación. La fascinación por estas herramientas ha opacado la capacidad de cuestionar su verdadero valor en el aprendizaje y ha comprometido la calidad educativa. El hecho de que el progreso tecnológico pueda ser efímero no solo se traduce en la fugacidad de las modas, sino que también abre la puerta a una crítica necesaria que invita a repensar la educación desde una perspectiva atemporal.
El desafío que enfrenta la educación en la actualidad no es solo definir qué herramientas utilizar, sino entender cómo estas afectan al aprendizaje. El concepto de “tibio moderado”, que propugna un equilibrio entre el uso de tecnología y su prohibición total, se convierte en un arma de doble filo. Como advierte la catedrática de Ética Margarita Mauri, esta postura puede desembocar en una aceptación de la mediocridad que vulnera el compromiso con una educación de calidad.
La eliminación de las tabletas puede verse, por tanto, como una oportunidad para regresar a métodos más virtuosos de enseñanza. Con enfoques que prioricen la interacción humana, la concentración y un aprendizaje más profundo, la Comunidad de Madrid enfatiza la necesidad de buscar lo que ha sido y siempre será una buena educación. En un panorama donde la distracción digital amenaza con convertirse en la norma, resulta imprescindible reevaluar cómo y qué queremos enseñar a las futuras generaciones.
Aplaudir la decisión de la Comunidad de Madrid de eliminar las tabletas en las aulas es un ejercicio de reflexión casi obligado, dada la creciente dependencia tecnológica en el ámbito educativo. Esta medida no debe ser vista únicamente como un retroceso, sino como una redefinición necesaria de cómo navegamos la educación en la era digital. El desafío radica en cuestionar el dogma que asocia tecnología con progreso, pues la realidad nos muestra que la fascinación por dispositivos como tabletas puede desviar la atención de métodos pedagógicos fundamentales que fomentan un aprendizaje profundo y significativo. Este regreso a lo presencial y tangible podría abrir una senda hacia la humanización del proceso educativo, donde la interacción cara a cara y la concentración sean prioritarias, lo que es esencial en un mundo cada vez más hiperconectado.
Sin embargo, es vital advertir que la simple eliminación de tabletas no debe ser un fin en sí mismo. En su lugar, es crucial impulsar un diálogo abierto sobre cómo integrar la tecnología de manera más consciente y efectiva en el entorno escolar. Promover una educación de calidad no pasa únicamente por desterrar lo digital, sino por encontrar un delicado equilibrio que prevenga caer en la mediocridad. La tentación de un “tibio moderado” puede resultar perjudicial si aceptamos herramientas digitales sin un análisis crítico de su impacto en el aprendizaje. Así, la comunidad educativa debe emplear esta oportunidad no solo para regresar a lo que funcionaba, sino para innovar con propósito, asegurando que cada decisión se tome con un claro enfoque en el bienestar y desarrollo integral de los estudiantes. La cuestión no es si debemos tener o no tabletas, sino qué tipo de educación realmente queremos fomentar.
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