El invierno que abarcó del 1 de diciembre de 2024 al 28 de febrero de 2025 ha dejado una huella significativa en el clima de España, marcando el séptimo consecutivo más cálido desde que se tienen registros. Según el resumen climático de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), la temperatura promedio en la península alcanzó los 7,8ºC, superando en 1,2°C la media del periodo de referencia 1991-2020.
Con estas cifras, el invierno se posiciona como el sexto más cálido desde 1961 y el quinto del siglo XXI, indignando a climatólogos y ciudadanos preocupados por las evidencias del cambio climático. Este invierno en particular ha evidenciado una tendencia a la alza en las temperaturas, con notable ausencia de olas de frío, un fenómeno que se ha repetido por segunda vez consecutiva. «Sólo uno de los últimos diez inviernos ha sido más frío de lo normal», declaró Rubén del Campo, portavoz de AEMET.
La proyección hacia la primavera no es menos alarmante, ya que AEMET prevé que las temperaturas continuarán por encima de lo habitual, especialmente en las áreas costeras y archipiélagos. «Desde la primavera de 2018, todas las primaveras han sido más cálidas de lo normal», recordó Del Campo, subrayando un cambio notable en los patrones climáticos de la nación. Este hecho trae consigo interrogantes sobre cómo afectará la agricultura y los ecosistemas regionales.
A pesar de las temperaturas cálidas, el invierno 2024-2025 no fue generoso en precipitaciones. La media a nivel peninsular se ubicó en 145,9 litros por metro cuadrado, lo que equivale al 77% de lo normal, consolidando este invierno como el decimosexto más seco desde el comienzo de la serie en 1961. En comparación, la mitad occidental de la península experimentó un carácter entre normal y húmedo, mientras que la mitad oriental y ambos archipiélagos se sumergieron en sequías severas.
Dando un vistazo más atento a este inusual invierno, enero y febrero destacaron por ser especialmente cálidos, aunque se registraron algunas heladas ocasionadas por un breve episodio de frío entre el 13 y el 19 de enero. El punto más bajo se alcanzó en Molina de Aragón, donde se registraron -11,2ºC, el valor más frío de toda la estación. Por otro lado, el territorio canario mostró un carácter variable, resistiendo en algunos lugares temperaturas sumamente agradables.
La AEMET también notificó episodios de calor notable en febrero, destacando una temperatura récord de 28,8ºC en el aeropuerto de La Palma. Este aumento inusual de la temperatura plantea no solo un desafío a las expectativas estacionales, sino que también intensifica la discusión sobre la necesidad de estrategias más efectivas para mitigar el cambio climático y sus implicaciones en el futuro de los ecosistemas y el bienestar humano en España.

La reciente información proporcionada por la AEMET sobre el invierno más cálido de España refuerza una realidad innegable: estamos viviendo las consecuencias del cambio climático de manera tangible y alarmante. Este fenómeno no se limita a ser un mero dato estadístico; representa un cambio drástico en nuestro entorno, que pone en jaque la agricultura, la fauna y, en última instancia, la vida de millones de españoles. La escasez de precipitaciones, que ha consolidado este invierno como el decimosexto más seco desde 1961, no solo agrava el problema de la sequía en numerosas regiones, sino que también revela la falta de medidas contundentes por parte de las autoridades para enfrentar el reto climático. ¿Cuánto más debemos esperar para que se implementen políticas eficaces que aborden esta crisis con la urgencia que merece?
Por otro lado, aunque la ausencia de olas de frío podría interpretarse como un alivio temporal para algunos, es esencial reconocer que esta anomalía climática trae consigo un efecto dominó devastador. La tendencia hacia temperaturas inusuales altera los ciclos naturales, poniendo en riesgo la fauna y la flora autóctonas que han sobrevivido a través de generaciones adaptándose a un patrón que, cada vez más, se torna imprevisible. La promesa de una primavera anticipada, lejos de ser un motivo de celebración, debería servir como un llamado a la acción: necesitamos urgentemente reevaluar nuestras prácticas agrícolas y de gestión de recursos hídricos. Es momento de que los ciudadanos exijan a nuestros líderes un liderazgo comprometido por la sostenibilidad y la preservación del entorno vital que todos compartimos.
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