En una sesión parlamentaria que quedará grabada en los anales de la política española, Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, ha cruzado una línea roja al lanzar acusaciones directas y personales contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El tono, lejos de la moderación, ha resonado con un eco de confrontación total, marcando un punto de inflexión en la relación entre ambos líderes y, por extensión, en el panorama político nacional. El «se acabó la piedad», como afirman desde Génova, parece ser la nueva consigna.
El detonante de esta escalada verbal fue la acusación de Sánchez a Feijóo sobre su amistad pasada con el narcotraficante Marcial Dorado. La respuesta del líder popular no se hizo esperar y resonó con la fuerza de una bomba: «¿De qué prostíbulos ha vivido usted? Partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución». La acusación, de una gravedad inusitada, apuntaba directamente al origen del patrimonio familiar de la esposa del presidente, Begoña Gómez, vinculándolo con negocios presuntamente relacionados con la prostitución. Concretamente, desde el PP se alude a un piso en Somosaguas, supuestamente adquirido con fondos procedentes de saunas propiedad del padre de Gómez, donde se ejercería la prostitución.
La reacción en Moncloa no se ha hecho esperar. Fuentes gubernamentales han calificado las acusaciones de Feijóo como «infames» y han asegurado que no entrarán «en el fango». Sin embargo, reconocen la gravedad del ataque, describiéndolo como la apertura de «una mazmorra para sacar todos los demonios que puedan». En el PP, por su parte, asumen haber roto un tabú, pero justifican la dureza de su ofensiva en la necesidad de «desenmascarar» a Sánchez y su entorno. La tensión es palpable y las consecuencias impredecibles. ¿Asistiremos a una judicialización de este enfrentamiento? ¿Se tensará aún más la ya de por sí frágil cuerda de la estabilidad política? El tiempo, como siempre, dirá. Por ahora, la guerra está declarada y el barro, como vaticinan desde el PSOE, amenaza con salpicar a todos.
El espectáculo bochornoso protagonizado por Feijóo en el Congreso no solo representa un nuevo mínimo en la ya deteriorada calidad del debate político, sino que aleja aún más a la ciudadanía de la credibilidad de sus representantes. Más allá de la veracidad o falsedad de las acusaciones, la estrategia de convertir la tribuna parlamentaria en un ring de boxeo personal es un síntoma preocupante de la falta de propuestas y la incapacidad de abordar los problemas reales de la gente. Este tipo de confrontación visceral, basada en ataques ad hominem, desplaza el foco de la discusión de ideas y soluciones, reforzando la polarización y alimentando la desafección política. En lugar de construir un futuro mejor para Málaga y para España, se dedican a destruir la imagen del adversario, demostrando una alarmante carencia de altura de miras.
Resulta profundamente decepcionante que, en lugar de elevar el debate y ofrecer alternativas concretas para la provincia de Málaga – con sus retos en materia de vivienda, empleo y sostenibilidad – los líderes políticos se enfrasquen en esta escalada de acusaciones. La «mazmorra» de la que hablan, en realidad, es la que están construyendo con sus propias manos, una mazmorra de desconfianza y hartazgo que encierra las esperanzas de una sociedad que clama por diálogo y acuerdos. Urge un cambio de rumbo, un compromiso real con la transparencia y la rendición de cuentas, y sobre todo, una visión de futuro que ponga los intereses de los ciudadanos por encima de las ambiciones personales y partidistas. Málaga merece más que este circo mediático; merece representantes que trabajen con seriedad y responsabilidad para construir un futuro próspero y justo para todos.
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