El 8 de marzo de 2018 marcó un hito en la historia reciente de España, un momento en el que cientos de miles de mujeres se unieron en las calles para reclamar sus derechos y visibilizar la lucha por la igualdad de género. Casi siete años después, el entusiasmo que transformó esa jornada en un clamor colectivo parece haber perdido parte de su fuerza, dejando un eco que resuena, pero que a menudo se siente apagado. Las calles, al menos en su memoria, anhelan la vibrante energía de aquel día en el que abuelas, hijas y nietas caminaron juntas, desbordando una marea que superó las expectativas.
Desde aquel infatigable 8-M, el panorama social ha cambiado, pero no siempre en la dirección esperada. La llegada de un Gobierno progresista prometió avanzar en los derechos de las mujeres, pero muchos consideran que las expectativas depositadas han sido traicionadas. Grupos feministas que en 2018 vieron nacer una ola de esperanza ahora se sienten desilusionados. La sensación de abandono es palpable, y las promesas vacías amplifican un sentimiento de frustración. La sensación es clara: muchas de las necesidades que se manifestaron fervientemente en 2018 aún requieren atención urgente.
No obstante, el impulso de las mujeres hacia la equidad es innegable. A pesar del agotamiento que rodea al movimiento, cada vez más mujeres se alzan en diferentes sectores: en la política, la economía y la investigación. La Premio Nobel Claudia Goldin ha señalado con agudeza que, aunque ahora se hable de paridad, la estructura laboral aún refleja vestigios de un tiempo en el que las decisiones eran tomadas mayoritariamente por hombres. Esta reflexión resuena con una nueva generación que se niega a conformarse con un futuro predeterminado, decidida a romper moldes y alzar su voz en espacios que antes parecían cerrados.
El camino hacia la plena igualdad es indudablemente arduo y está marcado por desafíos constantes. Las preguntas que plantea Goldin son profundas y requieren una reflexión seria: ¿cómo reconciliar el deseo de una familia con una carrera profesional ambiciosa? La incertidumbre sobre quién asume el rol de cuidador en una sociedad que aún lucha por equilibrar estos aspectos se hace urgente. Así, la resignación que en ocasiones ha sustituido al fervor del pasado debe transformarse en una resolución renovada. Las mujeres han reclamado su espacio y, más que nunca, están dispuestas a exigirlo con fuerza.
El 8 de marzo de 2025 se acerca, una nueva oportunidad para que la llama que encendió Madrid en 2018 resurja. Mientras las calles se preparan para recibir a nuevas generaciones de feministas, la consigna es clara: la igualdad no es solo un objetivo, sino un derecho inalienable. La historia no se detiene, y cada paso cuenta en este largo camino hacia la equidad.
El eco del 8-M resuena en nuestra sociedad de manera dual: por un lado, evoca la fuerza arrolladora de un movimiento que movilizó a millones de mujeres, y por otro, denuncia un sentimiento de desencanto y desilusión ante una realidad que no refleja las promesas de cambio. La llegada de un Gobierno progresista despertó esperanzas de avances significativos en la lucha por la igualdad de género, pero la sensación de que las expectativas han sido traicionadas se extiende entre muchas mujeres que se sintieron impulsadas a alzar su voz en 2018. Este contraste entre el fervor colectivo de entonces y el aparente estancamiento actual plantea una pregunta crucial: ¿qué ha fallado en el seguimiento de las demandas legítimas de la sociedad? La frustración que acompaña al movimiento debe transformarse en un llamado a la acción, una necesidad de renovar el impulso que una vez mobilizó a las masas, recordando que la lucha por la igualdad nunca se detiene, y no debe diluirse en la complacencia de quienes ostentan el poder político.
No obstante, el resurgimiento de una nueva generación de mujeres al frente de diversas esferas ofrece una luz esperanzadora en medio de esta inquietante coyuntura. La decisión de muchas mujeres de no conformarse con el estatus quo está sentando las bases para un cambio real, emblemáticamente en sectores como la política y la economía, donde su labor es cada vez más visible y relevante. Sin embargo, este avance no debe escudarse en una falsa sensación de logro que ignora los profundos desafíos de una sociedad que aún mantiene estructuras laborales anacrónicas. La reflexión de Claudia Goldin sobre la difícil conciliación entre vida laboral y familiar pone de manifiesto que la igualdad de género no solo requiere medidas en las leyes, sino también un cambio cultural profundo que confronte los roles tradicionales. Así, el camino hacia la equidad, lejos de ser lineal, exige un compromiso renovado y compartido, convirtiendo cada 8 de marzo no solo en un recuerdo, sino en un verdadero punto de partida para una lucha que, aunque marcada por obstáculos, está más viva que nunca.
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