El Día de las Fuerzas Armadas (DIFAS) de este año, celebrado por primera vez en las Islas Canarias, se presenta como un espectáculo imponente de capacidad militar española, pero también como un escenario donde resuenan ecos de la compleja realidad geopolítica y las tensiones presupuestarias que atenazan al Ministerio de Defensa. La ministra Margarita Robles llega al archipiélago con la resaca de la reunión de la OTAN en Bruselas, donde la sombra del aumento del gasto en Defensa planea sobre cada conversación y cada maniobra.
La parada naval en Las Palmas, con el esperado debut del submarino S-81 Isaac Peral, y el desfile terrestre en Santa Cruz de Tenerife, con la exhibición aérea, son un despliegue de poderío que busca proyectar una imagen de fortaleza y modernización. Sin embargo, la logística sin precedentes que implica mover a 3.266 militares, vehículos y hasta a Camarón, la cabra de la Legión, a través del Atlántico, subraya la magnitud del desafío que enfrenta España para mantener sus capacidades operativas en un contexto de crecientes demandas internacionales.
Mientras los paracaidistas de la PAPEA se lanzan con la bandera del décimo aniversario del reinado de Felipe VI, en los pasillos del poder se debate cómo cumplir con las exigencias de la OTAN sin comprometer otras prioridades nacionales. La presión de Estados Unidos y la propuesta de Mark Rutte para un gasto del 3,5%+1,5% sitúan a España en una posición incómoda, siendo uno de los países con menor inversión en Defensa entre los aliados.
El anuncio de un plan para alcanzar el 2% del PIB en gasto militar para 2029, con una inversión de 10.471 millones, no es suficiente para calmar las aguas en Bruselas. La OTAN exige transparencia y un desglose detallado de cómo se emplearán estos fondos, y ejemplos como el contrato paralizado del Sistema Conjunto de Radio Táctica (SCRT) ponen de manifiesto las dificultades para ejecutar un plan de rearme ambicioso en un contexto de incertidumbre política y económica.
El DIFAS, más allá de su pompa y circunstancia, se convierte en un recordatorio de los desafíos que enfrenta España en materia de defensa. La modernización de las Fuerzas Armadas, la adaptación a las nuevas amenazas híbridas y cibernéticas, y el cumplimiento de los compromisos internacionales son tareas urgentes que requieren una inversión sostenida y una estrategia clara. La ministra Robles deberá navegar entre las presiones de la OTAN, las limitaciones presupuestarias y las demandas internas para garantizar la seguridad y la soberanía de España en un mundo cada vez más volátil e impredecible.
El Día de las Fuerzas Armadas en Canarias, con su imponente despliegue, no deja de ser un espectáculo agridulce. Si bien es cierto que la exhibición de capacidades, con el debut del S-81 y el traslado de efectivos a las islas, busca proyectar una imagen de fortaleza y modernización, resulta difícil ignorar el elefante en la habitación: ¿a qué coste se exhibe ese poderío? En un contexto de crecientes presiones presupuestarias y exigencias de la OTAN, este despliegue masivo se asemeja más a un ejercicio de relaciones públicas caro que a una inversión estratégica en defensa. Demostrar músculo está bien, pero quizás sería más efectivo priorizar la inversión en tecnología de vanguardia, ciberseguridad y la modernización de equipos obsoletos, áreas que, sin el brillo de un desfile, resultan esenciales para la seguridad real de la nación.
La ministra Robles se enfrenta a un reto hercúleo: cuadrar el círculo de las exigencias de la OTAN con la realidad económica española. La promesa de alcanzar el 2% del PIB en gasto militar para 2029 suena a brindis al sol, especialmente cuando la gestión de proyectos clave como el Sistema Conjunto de Radio Táctica (SCRT) se ve lastrada por la burocracia y la falta de planificación. Más allá del desfile y la retórica, urge un debate profundo y transparente sobre el modelo de defensa que necesita España. ¿Queremos seguir invirtiendo en despliegues grandilocuentes para complacer a la OTAN o priorizamos una defensa moderna, eficiente y adaptada a las amenazas del siglo XXI, que pasa inevitablemente por una inversión inteligente en investigación y desarrollo y una gestión más eficaz de los recursos disponibles?
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