El cónclave socialista de este sábado se antojaba un desafío para Pedro Sánchez, un examen de conciencia colectivo tras las turbulencias que han sacudido los cimientos del partido. La inesperada dimisión de Paco Salazar, pieza clave en la estrategia de Sánchez para reforzar el control interno tras la caída de Santos Cerdán, añadió aún más dramatismo a la jornada. La sombra de la corrupción, personificada en el caso Ábalos-Koldo y la posterior implicación de Cerdán, planeaba sobre el Comité Federal, obligando al presidente del Gobierno a un ejercicio de contrición y a prometer mano dura.
Sánchez, visiblemente afectado pero con el discurso afinado para la ocasión, reconoció errores y pidió perdón, aunque sin mencionar explícitamente a los señalados. «Tengo el corazón tocado», confesó, pero también se mostró determinado a superar la adversidad y a «plantar cara». El líder socialista apeló a la resistencia y a la necesidad de «avanzar en las libertades», dejando claro que no permitirá que los escándalos frenen la acción del Gobierno. Para demostrar su compromiso con la transparencia y la ética, anunció un paquete de 13 medidas destinadas a fortalecer el funcionamiento interno del PSOE y a prevenir futuros casos de corrupción.
Entre las medidas estrella, destaca la exigencia de la doble firma en puestos clave de la organización, una medida pensada para evitar la concentración excesiva de poder y reforzar los controles internos. Además, se establecerán plazos máximos para la resolución de expedientes disciplinarios en casos de corrupción, una respuesta directa a la lentitud con la que se gestionó la expulsión de José Luis Ábalos, que tardó 16 meses en hacerse efectiva. La intención, según Sánchez, es actuar con celeridad y contundencia ante cualquier sospecha de irregularidad.
El presidente también tuvo palabras para las feministas del partido, «indignadas» por los audios de Ábalos y Koldo García. Sánchez aseguró que esas «palabras infames» no representan los valores del PSOE y reafirmó su compromiso con la igualdad y la lucha contra la violencia de género. Consciente de la crisis reputacional que atraviesa el partido, Sánchez intentó revitalizar a las bases apelando al miedo a un gobierno de PP y Vox. «Nosotros no somos como los corruptos», sentenció, marcando distancias con la derecha y reivindicando la integridad de la mayoría de los militantes socialistas. El futuro del PSOE, y del Gobierno, pende ahora de la capacidad de Sánchez para implementar las medidas anunciadas y recuperar la confianza de la ciudadanía.
El terremoto en Ferraz, lejos de ser un evento sísmico inesperado, es la consecuencia lógica de una deriva que el PSOE ha tardado demasiado en reconocer. Las medidas anticorrupción anunciadas por Sánchez son, sin duda, un paso en la dirección correcta, pero llegan tarde y con un aroma a maniobra de supervivencia política. La doble firma y los plazos para expedientes disciplinarios son parches que intentan tapar la herida de una credibilidad erosionada por la inacción y la tolerancia durante demasiado tiempo. No se trata solo de castigar la corrupción, sino de prevenirla, y para ello se necesita una cultura de la transparencia y la rendición de cuentas que aún parece estar ausente en las filas socialistas.
Sin embargo, sería injusto simplificar la situación como una mera estrategia electoral. La valentía, aunque tardía, de Sánchez al abordar el problema de frente merece un reconocimiento. El verdadero desafío reside en la implementación real de estas medidas y en la capacidad del PSOE para regenerarse desde sus bases. Más allá de los titulares y las promesas, la ciudadanía demandará hechos concretos y una renovación profunda de la ética política. De lo contrario, el terremoto en Ferraz habrá sido solo un temblor pasajero, presagio de una catástrofe mayor que podría arrastrar consigo la confianza en la política y sus representantes.
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