La trama que rodea la supuesta agresión sexual de Íñigo Errejón a la actriz Elisa Mouliaá ha dado un vuelco inesperado este viernes. Soraya, una de las organizadoras de la polémica fiesta y pieza clave en el entramado de testimonios, ha declarado ante el juez Adolfo Carretero por videoconferencia desde Australia, sembrando dudas sobre la versión inicial de la denunciante.
En un testimonio que ha sacudido los cimientos del caso, Soraya ha asegurado que Mouliaá le confesó, en el calor del momento, que «lo que había pasado» con Errejón «no era un delito». Esta revelación, que se encuentra grabada en un audio solicitado por el instructor, contradice directamente la denuncia presentada meses después por la actriz, quien se amparó en la ley del ‘solo sí es sí’ para justificar su decisión de llevar el caso a los tribunales.
Según las declaraciones de Soraya, Mouliaá habría cambiado de parecer tras informarse sobre casos similares y concluir que los hechos podrían ser punibles bajo la nueva legislación. La actriz habría manifestado un «deber moral» y «motivos altruistas» como justificación para su denuncia, una explicación que, según la testigo, contrasta con la actitud mostrada por Mouliaá inmediatamente después del incidente.
Pero las revelaciones no terminan ahí. Soraya ha añadido un elemento aún más controvertido al señalar que la actriz tiene tendencia a «fabular y adornar cosas». Aunque afirma no tener enemistad con Mouliaá, la testigo reconoce que su relación se enfrió debido a esta supuesta propensión a distorsionar la realidad. Esta declaración pone en tela de juicio la credibilidad del testimonio de la actriz y abre interrogantes sobre la veracidad de su denuncia.
El relato de Soraya también contradice la versión de Mouliaá en lo que respecta a su estado de embriaguez durante la fiesta. La testigo asegura que la actriz no estaba «bastante afectada» por el alcohol, coincidiendo con la declaración de otro testigo, Fernando, quien en marzo afirmó no haber notado ninguna actitud extraña en la fiesta ni indicios de que Mouliaá estuviese incómoda.
Soraya ha relatado que, según le contó Mouliaá, Errejón se le insinuó de forma «un poco babosa» y que, tras besarla y manosearla, la actriz decidió abandonar la fiesta porque no quería «ir más despacio». La testigo enfatiza que Mouliaá se marchó «voluntariamente» de la casa y que las habitaciones no tienen seguro, contradiciendo la acusación de que Errejón la encerró a la fuerza.
La declaración de Borja, el otro organizador de la fiesta, también residente en Australia, podría arrojar más luz sobre este complejo caso. La ruptura de la amistad entre los organizadores y Mouliaá tras su divorcio añade un elemento de tensión y posible conflicto de intereses. ¿Qué papel juega esta circunstancia en la dinámica de los testimonios? El juez Carretero tiene la ardua tarea de desentrañar la verdad en este laberinto de declaraciones contradictorias y motivaciones ocultas. El caso Errejón-Mouliaá promete seguir generando titulares y controversia en los próximos días.
El caso Errejón-Mouliaá se adentra ahora en un pantanoso lodazal de contradicciones donde la búsqueda de la verdad se antoja una tarea titánica. La declaración de la testigo desde Australia introduce una perturbadora sombra de duda sobre la veracidad de la denuncia inicial, planteando interrogantes inquietantes sobre las motivaciones reales de la denunciante. Más allá de la posible culpabilidad o inocencia del señor Errejón, lo que emerge con crudeza es la fragilidad de la verdad en un contexto marcado por percepciones subjetivas, rencillas personales y la presión mediática. Si la denuncia se sustentó en un «deber moral» a posteriori, como sugiere la testigo, y no en una vivencia inmediata de agresión, estaríamos ante un lamentable intento de instrumentalizar la ley del «solo sí es sí», desvirtuando su espíritu y generando un daño irreparable a las verdaderas víctimas de agresiones sexuales.
Sin embargo, es crucial ejercer la máxima cautela antes de emitir juicios definitivos. La supuesta propensión de la denunciante a «fabular», mencionada por la testigo, no debe convertirse en una excusa para desacreditar automáticamente su testimonio. Es imprescindible recordar que los recuerdos son maleables y que la percepción de un mismo evento puede variar drásticamente según la persona y el contexto. La justicia debe analizar exhaustivamente todas las pruebas, incluyendo el audio mencionado, y sopesar cuidadosamente la credibilidad de todos los testigos. En este laberinto de versiones contradictorias, la presunción de inocencia debe prevalecer, pero sin restar importancia a la necesidad imperiosa de esclarecer la verdad y determinar si se ha producido o no una agresión sexual, independientemente de la filiación política del acusado. El riesgo de convertir este caso en un juicio paralelo mediático es alto y debemos resistir la tentación de emitir veredictos antes de que la justicia dicte sentencia.
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