Málaga, 25 de julio de 2025 – El sol implacable de julio nos invita a buscar refugio en las refrescantes aguas del Mediterráneo o en las apacibles piscinas de la Costa del Sol. Sin embargo, este verano, una sombra de preocupación se cierne sobre un grupo específico: los hombres mayores de 60 años. Coincidiendo con el Día Mundial para la Prevención de los Ahogamientos, las estadísticas revelan un dato alarmante: este grupo demográfico encabeza la lista de víctimas mortales por ahogamiento en España.
El Hospital Sant Joan de Déu, de Sant Boi de Llobregat, ha lanzado una advertencia contundente. En Cataluña, desde mediados de junio, 16 personas han perdido la vida en playas y piscinas, y la cruda realidad es que la mayoría, trece en concreto, eran hombres, y de ellos, nueve superaban los 60 años. Un dato que resuena con fuerza en la Costa del Sol, donde la población envejecida es considerable y la cultura del baño está profundamente arraigada. Imaginemos al abuelo disfrutando de un día de playa con sus nietos, o al jubilado buscando alivio del calor en la piscina comunitaria. Son escenas cotidianas, pero que este verano llevan implícito un riesgo silencioso.
La explicación reside en una combinación de factores. A medida que envejecemos, nuestra capacidad física disminuye y las enfermedades crónicas, como las cardíacas o neurológicas, se vuelven más prevalentes. Estas condiciones pueden comprometer nuestra reacción en el agua, aumentando el riesgo de sufrir un percance. Un esfuerzo físico intenso previo al baño, una comida copiosa o incluso la medicación pueden desencadenar mareos, inestabilidad o pérdida de conocimiento, transformando un momento de placer en una tragedia. Además, según Protección Civil, estos ahogamientos ocurren, mayoritariamente, en playas y piscinas vigiladas y con bandera verde, lo que sugiere una falsa sensación de seguridad.
Ante esta preocupante situación, es crucial tomar medidas preventivas. El Hospital Sant Joan de Déu insiste en la importancia de la hidratación, especialmente si se toman medicamentos con efectos hipotensores o sedantes. Bañarse acompañado se convierte en una medida de seguridad fundamental, ya que alguien puede alertar en caso de emergencia. Evitar las playas con bandera amarilla o roja, y prestar atención a las zonas con piedras, son otras recomendaciones clave. Pero, sobre todo, es fundamental escuchar a nuestro cuerpo y ser conscientes de nuestras limitaciones. No subestimemos el poder del mar ni de una piscina aparentemente tranquila. Este verano, la prudencia puede marcar la diferencia entre un recuerdo feliz y una pérdida irreparable.
La «ola de ahogamientos silenciosa» que afecta desproporcionadamente a hombres mayores de 60 años no es una simple estadística, sino un **reflejo inquietante de nuestra sociedad**. Una sociedad que, pese a los avances en salud pública, parece fallar en comunicar eficazmente los riesgos específicos que enfrenta este grupo demográfico al adentrarse en el agua. Que los incidentes ocurran, en su mayoría, en zonas vigiladas con bandera verde revela una **urgente necesidad de repensar las estrategias de prevención**. No basta con folletos informativos; se requiere una campaña de concienciación proactiva, dirigida específicamente a este colectivo, que considere sus particularidades y apele a su responsabilidad individual sin caer en paternalismos simplistas. El riesgo es real, y la falsa sensación de seguridad, letal.
Más allá de las recomendaciones individuales, esta tragedia en ciernes exige una **reflexión profunda sobre la accesibilidad y la adaptación de nuestras playas y piscinas**. ¿Son realmente espacios inclusivos para personas con movilidad reducida o condiciones médicas preexistentes? La información sobre corrientes, profundidades y riesgos específicos debe ser clara, visible y fácilmente comprensible. Además, la formación de los socorristas debe incluir protocolos específicos para la atención de emergencias en personas mayores, reconociendo las particularidades de su fisiología y las posibles complicaciones derivadas de enfermedades crónicas. En definitiva, la prevención de estos ahogamientos no es solo una cuestión de prudencia individual, sino una **responsabilidad colectiva que implica la adaptación de nuestros espacios públicos y la mejora de la formación de nuestros profesionales**.
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