El Ramón Sánchez-Pizjuán, un volcán en erupción. Un infierno rojo y blanco donde el Sevilla FC, con una actuación memorable, destrozó al FC Barcelona por un contundente 4-1, asaltando el templo culé y catapultando al Real Madrid al liderato de La Liga justo antes del parón de selecciones. El partido, un torbellino de emociones, táctica y pundonor, quedará grabado en la memoria de los aficionados sevillistas como una noche épica.
Desde el pitido inicial, el Sevilla demostró una hambre insaciable. La presión alta, asfixiante, ahogaba la salida de balón del Barcelona. La velocidad de los extremos, un puñal constante en la defensa blaugrana. El mediocampo, una muralla infranqueable. El equipo de Nervión, con un plan de partido ejecutado a la perfección, sometió al Barcelona a un asedio implacable.
El primer rugido de la noche llegó en el minuto 13, cuando Alexis Sánchez transformó un penalti con una frialdad pasmosa, desatando la euforia en las gradas. El Pizjuán, un hervidero, empujaba a los suyos hacia la victoria. Poco antes de la media hora, Isaac Romero, tras un pase filtrado magistral, definió con temple, colocando el 2-0 en el marcador y confirmando que el Sevilla no estaba dispuesto a ceder ni un centímetro.
Cuando todo parecía indicar que el Sevilla se marcharía al descanso con una ventaja cómoda, apareció Marcus Rashford para recortar distancias con un zurdazo imparable, un rayo de esperanza para el Barcelona. El 2-1 al filo del descanso, sin embargo, no amilanó al Sevilla.
En la segunda mitad, el Barcelona intentó reaccionar, pero se topó con un muro impenetrable. La defensa sevillista, liderada por un Koundé imperial, repelía cada ataque blaugrana. Lewandowski, frustrado, falló un penalti en la recta final, un símbolo de la impotencia culé. El Sevilla, lejos de conformarse con la victoria, asestó dos golpes definitivos en los minutos finales, sellando una goleada histórica y desatando el delirio en el Pizjuán.
El Sevilla, con esta victoria incontestable, demuestra que es un rival temible y que luchará por los puestos de Champions League esta temporada. El Barcelona, por su parte, se hunde en la irregularidad y cede el liderato al Real Madrid, que respira tranquilo antes del parón de selecciones. La Liga, más emocionante que nunca, promete emociones fuertes en los próximos meses.
El atronador 4-1 del Sevilla sobre el Barcelona, más allá de la alegría palpable en Nervión y el consiguiente desplome culé, pone en evidencia la alarmante volatilidad del proyecto azulgrana. No se trata únicamente de una derrota, sino de la confirmación de que el equipo de Xavi Hernández carece de la solidez y la consistencia necesarias para aspirar a cotas mayores. La fragilidad defensiva, la falta de ideas en el centro del campo y la dependencia excesiva de individualidades son síntomas de una enfermedad que requiere un diagnóstico más profundo y, sobre todo, una cura radical que pasa por una reestructuración táctica y, posiblemente, de efectivos en el mercado invernal. Celebrar la victoria sevillista es justo, pero ignorar las debilidades del Barça sería un error garrafal.
Sin embargo, no todo es pesimismo en el Sánchez-Pizjuán. La victoria, indudablemente meritoria, no debe eclipsar las carencias estructurales que aún arrastra el Sevilla. Si bien la contundencia del marcador invita al optimismo, conviene recordar que el Barcelona facilitó en gran medida el triunfo con errores individuales y una planteamiento táctico discutible. Para competir realmente por los puestos de Champions League, el Sevilla necesita una mayor regularidad, un fondo de armario más amplio y, sobre todo, una mentalidad ganadora que trascienda los partidos de gala. La euforia es comprensible, pero la autocrítica y el trabajo constante son imprescindibles para consolidar un proyecto ambicioso y sostenible en el tiempo.
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