El eco del pitido final aún resuena en los corazones de millones de españoles. Ayer, la selección femenina de fútbol se enfrentó a Inglaterra en la final de la Eurocopa, un partido que prometía coronar una era dorada tras los recientes triunfos en el Mundial y la Nations League. La expectación era palpable: 6 millones de espectadores se congregaron frente al televisor durante la fatídica tanda de penaltis, consolidando una audiencia sin precedentes para el fútbol femenino en nuestro país. El encuentro, seguido por un 42,2% de share en sus noventa minutos iniciales, y superando el 50% en la prórroga, demostró el fervor y la esperanza depositados en este equipo.
La final fue un torbellino de emociones. El gol inicial de Mariona Caldentey desató la euforia, pero la alegría se vio empañada por la rápida respuesta de Alexia Russo, un jarro de agua fría que obligó a España a remar contra corriente. La sustitución de Alexia Putellas, una decisión que generó controversia, pareció desestabilizar el juego español, permitiendo a Inglaterra ganar terreno. Sin embargo, la selección supo reponerse y dominó la prórroga, aunque sin lograr el gol que evitara la temida lotería de los penaltis.
La tanda de penaltis se convirtió en una pesadilla. El único tanto español, obra de Patri Guijarro, contrastó con los fallos de Mariona Caldentey, Aitana Bonmatí y Salma Paralluelo. A pesar de las dos paradas magistrales de Cata Coll, la suerte no estuvo del lado español. La derrota dejó un sabor amargo, no solo por la pérdida del título, sino también por la polémica repetición del primer penalti inglés, una decisión arbitral que encendió la indignación, especialmente entre los aficionados del Atlético de Madrid, recordando situaciones similares vividas recientemente en la Champions League.
Más allá del resultado, esta final ha marcado un antes y un después para el fútbol femenino en España. La visibilidad alcanzada, el apoyo masivo de la afición y el talento demostrado por las jugadoras son pilares fundamentales para construir un futuro aún más brillante. Aunque la Eurocopa se haya escapado, el legado de este equipo perdurará, inspirando a nuevas generaciones de futbolistas y consolidando el fútbol femenino como un deporte de primer nivel en nuestro país.
El eco del penalti fallado resuena con una melodía agridulce. Sí, la Eurocopa se nos escapó, y la tanda de penaltis, como siempre, fue cruelmente aleatoria. Pero centrarse únicamente en el desenlace es una miopía imperdonable. El verdadero triunfo reside en los seis millones de almas que se unieron frente al televisor, en el 42,2% de share que pulverizó récords. Esa es la victoria real, la consolidación del fútbol femenino como un espectáculo de masas, capaz de generar pasión y unir a un país. La derrota, en este contexto, se transforma en combustible para seguir construyendo un futuro donde estos momentos de gloria sean la norma, no la excepción.
Sin embargo, no podemos permitir que la euforia nos ciegue ante las sombras que aún persisten. La polémica decisión arbitral, la sustitución de Putellas, son detalles que merecen un análisis profundo. La profesionalización del arbitraje en el fútbol femenino es una urgencia inaplazable, y la gestión técnica del equipo, aunque encomiable, debe ser objeto de un debate constructivo. No basta con llegar a la final; hay que aprender a ganarla. Y para eso, necesitamos una reflexión honesta, sin autocomplacencia, que nos permita corregir errores y fortalecer nuestras virtudes. El futuro del fútbol femenino español depende de ello.
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