El pulso entre el atractivo turístico y la calidad de vida en Málaga se intensifica. Un reciente estudio de la Unión de Consumidores de Málaga, respaldado por la Junta de Distrito Centro, ha puesto de manifiesto una creciente preocupación entre los malagueños por el impacto de las viviendas turísticas en el corazón de la ciudad. La investigación, que radiografía la percepción ciudadana sobre esta problemática, revela una inquietante realidad: la desconexión entre la normativa vigente y su conocimiento y aplicación real, sumado a un sentimiento generalizado de que la identidad malagueña está en juego.
El estudio desvela un dato alarmante: apenas un 9,3% de los encuestados conoce en su totalidad la legislación que regula las viviendas turísticas. Pero la sorpresa no termina ahí. Tras familiarizarse con ella, un porcentaje significativo de los participantes (25,9%) la considera excesivamente exigente, mientras que un 48,1% opina que está repleta de normas y obligaciones difíciles de llevar a la práctica. Esta laguna informativa y la percepción de una regulación compleja podrían estar obstaculizando su cumplimiento efectivo, generando una sensación de indefensión entre los residentes.
Más allá del laberinto legal, el estudio refleja un sentir arraigado en la ciudadanía: un contundente 83,3% de los malagueños prioriza la preservación de la identidad de la ciudad y su ambiente vecinal por encima del crecimiento turístico descontrolado. Esta postura, que resuena con fuerza en los barrios céntricos, evidencia una creciente inquietud por la pérdida del tejido social, el encarecimiento del alquiler tradicional y la escasez de viviendas para larga duración. El éxodo de residentes a zonas periféricas, obligados a abandonar sus hogares en busca de precios asequibles, se ha convertido en una dolorosa realidad que amenaza con desdibujar la esencia de Málaga.
Ante este panorama, el Ayuntamiento de Málaga ha implementado una medida restrictiva: limitar las viviendas turísticas a un 8% del total de viviendas en zonas como el Centro Histórico, Pedregalejo o el Puerto de la Torre. Esta iniciativa, que busca frenar la «hiperturistificación», ha sido recibida con opiniones divididas. Si bien algunos la consideran un paso necesario para proteger el carácter residencial de estos barrios, otros advierten que podría generar un efecto dominó, desplazando la presión sobre el mercado inmobiliario hacia distritos que aún conservan su identidad. La pregunta que surge es si esta medida será suficiente para equilibrar los intereses del turismo y el bienestar de los ciudadanos.
Los malagueños no se resignan a ser meros espectadores de esta transformación urbana. El estudio recoge una serie de propuestas ciudadanas que apuntan a una convivencia más armoniosa entre el turismo y la vida vecinal. Entre ellas, destaca la necesidad de limitar y controlar con mayor firmeza el número de apartamentos turísticos, así como de establecer una regulación más estricta y garantizar su cumplimiento efectivo. Un dato revelador es que el 66,7% de los encuestados considera que la vigilancia del cumplimiento normativo es deficiente, lo que alimenta la sensación de desprotección entre los residentes.
Una medida específica de la regulación vigente ha recibido un amplio respaldo ciudadano: la prohibición de instalar cajetillas o candados de llaves en el mobiliario urbano. Esta cláusula, valorada positivamente por un 66,7% de los participantes en el estudio, se percibe como una herramienta útil para preservar el patrimonio urbanístico y evitar molestias como la obstrucción de aceras o portales. Un pequeño gesto que, sin embargo, podría marcar una diferencia significativa en la calidad de vida de los vecinos.
A pesar de reconocer los beneficios económicos del turismo, un abrumador 92,59% de los encuestados afirma que la alta densidad de viviendas turísticas en el centro histórico ha deteriorado la calidad de vida local. Las consecuencias son múltiples: migración de residentes, pérdida de variedad comercial, ruido provocado por el turismo de ocio y presión sobre los recursos naturales. Un panorama desolador que exige una reflexión profunda sobre el modelo turístico que queremos para Málaga.
Ante esta situación, la Unión de Consumidores de Málaga reafirma su compromiso con la defensa de los derechos ciudadanos, especialmente en situaciones que afectan directamente a su día a día, como el acceso a una vivienda digna y la convivencia urbana. La entidad se pone a disposición de los usuarios para atender dudas o quejas sobre esta y otras cuestiones relacionadas con el consumo, ofreciendo un espacio de escucha y asesoramiento para aquellos que se sienten perjudicados por el auge de las viviendas turísticas. La batalla por la identidad de Málaga no ha hecho más que comenzar.
El estudio de la Unión de Consumidores no solo radiografía el problema de la vivienda turística en Málaga, sino que desvela una preocupante brecha entre la normativa y la realidad que viven los ciudadanos. La desconexión entre el papel y la práctica, sumado a la sensación de indefensión que genera la compleja legislación, es un caldo de cultivo perfecto para la frustración y el desplazamiento. Resulta alarmante que la medida municipal de limitar las viviendas turísticas a un porcentaje en ciertas zonas, si bien bienintencionada, pueda convertirse en un parche que simplemente traslade la problemática a otros distritos, perpetuando la crisis habitacional y la dilución de la identidad malagueña en aras de una visión cortoplacista del turismo.
Más allá de la regulación y las estadísticas, lo que subyace es una cuestión de prioridades y un debate sobre el modelo de ciudad que queremos construir. ¿Estamos dispuestos a sacrificar la esencia de nuestros barrios, el tejido social que los sustenta y la calidad de vida de sus habitantes en pos de un crecimiento turístico desmedido? El clamor vecinal, expresado con claridad en este estudio, exige una reflexión profunda y una acción decidida por parte de las autoridades. No se trata de demonizar al turismo, sino de gestionarlo de manera sostenible, equilibrando los beneficios económicos con la preservación de nuestro patrimonio cultural y social. La «hiperturistificación» no solo expulsa a los residentes, sino que vacía de alma a Málaga, convirtiéndola en un mero escenario para el disfrute foráneo.
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