En Málaga, el Roscón de Reyes se ha convertido en un símbolo indiscutible de las celebraciones que marcan el inicio del año. Este dulce, cuya historia se remonta a siglos atrás, trasciende lo gastronómico para convertirse en un elemento fundamental de unión familiar. Desde las primeras horas del día, pastelerías y confiterías de la ciudad preparan con esmero y dedicación este manjar, que es más que un simple postre; es una celebración de tradiciones que se transmiten de generación en generación.
La variedad de opiniones sobre el roscón ideal es tan rica como la propia cultura malagueña. En una tradicional confitería del centro, la atmósfera festiva se respira en cada rincón. “Este año las ventas están disparadas”, afirma con orgullo la dependienta. “Nuestros roscones, tanto los tradicionales como los rellenos, se están vendiendo como churros, y la nata es sin duda la reina de las elecciones.” La lamentación sobre la fruta escarchada queda en un segundo plano, ya que muchos clientes se decantan por esta opción que, según la confitería, “no debe faltar” en un buen roscón.
Las familias malagueñas también expresan sus preferencias con fervor. Una familia entrevistada comparte su estrategia: “Preferimos el roscón clásico, aunque solemos quitar la fruta escarchada. Para nosotros, es una tradición que se puede adaptar.” La forma de otorgar valor al haba ha tomado un giro curioso en esta familia: “Este año hemos decidido que quien encuentre el haba se lleva el dinero, en vez de tener que pagar el roscón. ¡A ver quién encuentra más!” Alteraciones de este tipo reflejan cómo la tradición se interpreta y personaliza en cada hogar, haciendo de cada celebración una experiencia única.
Sin embargo, no todos comparten esta visión. Para algunos malagueños, el roscón es un placer que debe reservarse exclusivamente para el 6 de enero. “En nuestra casa compramos solo uno, pero la controversia surge con el relleno,” comenta una abuela que vehementemente defiende la opción tradicional. “Mi madre nunca cede con la nata, pero este año podría hacer una excepción por sus nietas.” Así, las discusiones sobre el roscón generan momentos de risas y anécdotas que se añaden al ahínco de la tradición.
La magia del roscón va más allá de sus ingredientes. Los rostros de alegría al descubrir la figura del rey o la sorpresa al hallar el haba son momentos que se atesoran en la memoria colectiva de las familias malagueñas. Las coronas doradas que suelen adornarlo, acompañadas de sonrisas y risas, hacen de esta festividad una celebración que promueve el sentido de comunidad. Con o sin fruta escarchada, el roscón de Reyes continúa siendo un símbolo que une a los malagueños en torno a la mesa, perpetuando una de las tradiciones más queridas de la cultura española.
Así, en cada bocado, el Roscón de Reyes narra historias de amor, risas y discordancias familiares, reafirmando su lugar privilegiado en el corazón y estómago de los malagueños cada inicio de enero.
El Roscón de Reyes se presenta no solo como un manjar delicioso, sino como un símbolo de unión familiar que trasciende su mera existencia gastronómica en Málaga. Sin embargo, esta celebración, en su búsqueda por mantenerse vigente y atractiva, pone en evidencia una doble cara que merece la reflexión crítica. La personalización de tradiciones, como la alteración de la clásica fruta escarchada o la introducción de premios monetarios por el hallazgo del haba, pone de manifiesto un debate contemporáneo sobre la esencia de las costumbres: ¿deben ser inalterables o se puede permitir su adaptación? La respuesta, quizás, radica en comprender que la tradición es un ente vivo que evoluciona, pero esta evolución no debería convertir lo simbólico en superficial. La esencia de compartir un roscón debería seguir anclada en su valor cultural y en los momentos que genera, no en un mero juego de preferencias que diluya su significado.
A pesar de la alegría que genera la llegada del Roscón de Reyes, sería prudente recordar que en la simplificación de las tradiciones podría residir el riesgo de perder la riqueza que estas aportan a la identidad malagueña. Es esencial que, en medio de las risas familiares y las discusiones sobre el mejor relleno, se mantenga una conexión con la historia detrás de este dulce. Fomentar el diálogo intergeneracional, donde abuelos, padres e hijos puedan compartir sus experiencias y valores asociados al roscón, contribuiría a rescatar su simbolismo auténtico y garantizar que esta tradición perdure en el tiempo. El verdadero reto está en saber equilibrar el respeto a las tradiciones y su adaptación a los nuevos tiempos, sin que ello suponga una traición a lo que representan en el corazón de los malagueños.
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