El aire en Andalucía se corta con un cuchillo. No es la calima, ni el calor sofocante propio de junio, sino la tensión palpable de miles de estudiantes que se enfrentan a la recta final de la selectividad 2025. Tras una primera jornada que, para muchos, resultó ser menos fiera de lo esperado, la verdadera prueba de fuego comienza hoy, con asignaturas que prometen poner a prueba no solo la memoria, sino también la capacidad de análisis y resolución de problemas.
Mientras que el eco de los análisis de textos de Platón y Aristóteles, la Constitución de Cádiz y la precariedad laboral en España aún resuena en las aulas, la atención se centra ahora en las ecuaciones, los circuitos eléctricos y la intrincada red del mundo empresarial. Matemáticas, Física y Empresa se erigen como los titanes a vencer, los obstáculos que separan a estos jóvenes de sus sueños universitarios. En Málaga, la atmósfera en las cercanías de la Facultad de Ciencias es un hervidero de nervios y cábalas. Los corrillos de estudiantes repasan fórmulas, discuten estrategias y comparten apuntes, intentando encontrar la clave para descifrar el enigma de los exámenes venideros.
«El miércoles lo decide todo», comenta Laura, una estudiante de un instituto malagueño que aspira a estudiar Medicina. «Llevo meses preparándome a conciencia, pero siempre hay esa incertidumbre de si los nervios te jugarán una mala pasada. Física es mi talón de Aquiles, espero que no nos pongan problemas muy rebuscados». Su sentir es compartido por muchos, quienes ven en este segundo día de exámenes la oportunidad de consolidar sus opciones de acceder a la carrera deseada o, por el contrario, ver cómo sus aspiraciones se desvanecen.
La reforma educativa, implementada gradualmente, ha introducido cambios sutiles pero significativos en la estructura de la prueba. Si bien se busca un enfoque más competencial que memorístico, la realidad es que los estudiantes se enfrentan a un híbrido que exige dominio teórico y capacidad de aplicación práctica. La penalización de las faltas de ortografía y la ampliación del temario en algunas asignaturas han añadido una capa adicional de presión, obligando a los alumnos a afinar su preparación al máximo.
Pero no todo es pesimismo. La juventud andaluza ha demostrado una admirable capacidad de adaptación y resiliencia. Lejos de amilanarse ante los desafíos, los estudiantes han redoblado sus esfuerzos, buscando estrategias para optimizar su rendimiento. Desde la creación de grupos de estudio hasta la búsqueda de recursos online, pasando por la asistencia a clases de apoyo, los aspirantes universitarios han desplegado un arsenal de herramientas para afrontar la selectividad con garantías.
Ahora, con la calculadora en mano y la mente repleta de fórmulas y conceptos, se preparan para la batalla final. La selectividad es, en definitiva, un juego de ajedrez donde cada movimiento cuenta, donde la estrategia y la concentración son tan importantes como el conocimiento. Andalucía contiene la respiración, observando cómo sus jóvenes talentos se enfrentan a este trascendental desafío, con la esperanza de que el esfuerzo y la dedicación den sus frutos. El futuro está en juego, y las próximas horas serán decisivas.
La selectividad, ese rito iniciático que pretende medir el futuro de nuestros jóvenes, sigue siendo una prueba anacrónica y despiadada. Si bien se celebra la resiliencia y el esfuerzo de los estudiantes andaluces, me pregunto si realmente este sistema de exámenes, maquillado con reformas que pretenden ser competenciales, evalúa de manera justa y efectiva las capacidades que la sociedad del siglo XXI demanda. ¿No es acaso un reduccionismo cruel someter a un examen memorístico, aunque ahora con barniz práctico, a un talento diverso y potencialmente valioso para nuestra comunidad? Urge una revisión profunda del modelo, apostando por sistemas de evaluación continua, por el desarrollo de habilidades blandas y por una formación que incentive la creatividad y el pensamiento crítico, en lugar de la mera repetición de contenidos. La selectividad, tal como la conocemos, es un filtro que, lamentablemente, sigue dejando escapar mucho talento por el camino.
Más allá del debate pedagógico, la selectividad también evidencia una preocupante desigualdad de oportunidades. Mientras que algunos estudiantes acceden a academias de refuerzo y clases particulares, otros, con igual o mayor potencial, se ven limitados por sus circunstancias socioeconómicas. La “meritocracia” que proclama este sistema se diluye cuando la línea de salida no es la misma para todos. Y es que, aunque se enfatice la preparación y la estrategia como elementos clave para superar la prueba, la realidad es que el éxito en la selectividad sigue estando, en gran medida, condicionado por el acceso a recursos y a un entorno familiar favorable. Es imperativo que la administración pública garantice una educación equitativa y de calidad para todos los andaluces, invirtiendo en recursos educativos y programas de apoyo que permitan a los estudiantes más vulnerables competir en igualdad de condiciones en este juego de ajedrez, donde, desafortunadamente, no todos parten con las mismas piezas.
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