La brisa marina de la Costa de la Luz huele ya a celuloide y a sueños de plata. Islantilla, la joya compartida entre Lepe e Isla Cristina, se prepara para deslumbrar un año más con su prestigioso Festival Internacional de Cine Bajo la Luna, una cita ineludible para los amantes del séptimo arte. A partir de julio, y prolongándose durante todo agosto, esta localidad onubense se transformará en un hervidero de creatividad, proyecciones a la luz de la luna y encuentros entre cineastas de todo el mundo.
La edición de 2025 promete ser especialmente emocionante, con doce largometrajes y cien cortometrajes compitiendo por los codiciados Premios Luna de Islantilla. El Centro Activo de Islantilla se convertirá, un año más, en el epicentro de la magia cinematográfica, ofreciendo sesiones gratuitas al aire libre que invitan a disfrutar del cine bajo un cielo estrellado. Una experiencia única que combina la belleza natural de la playa con la potencia narrativa de las historias que se proyectan en la pantalla.
Pero Islantilla no solo es un lugar para ver cine, sino también para vivirlo. Su paseo de la fama, inaugurado en 2017, rinde homenaje a las personalidades que han dejado su huella en el festival, con estrellas grabadas en mármol negro que evocan la arena y el mar de la costa onubense. Un recorrido que permite a los visitantes sentirse un poco más cerca de sus ídolos cinematográficos y sumergirse en la atmósfera mágica del festival.
La selección de este año es un verdadero crisol de culturas, con proyecciones que representan a veinte nacionalidades diferentes. Los largometrajes, procedentes de Alemania, Argentina, Corea del Sur, España, Francia y Turquía, ofrecen una mirada diversa y fascinante al mundo que nos rodea. Títulos como ‘Antonio, el bailarín del España’, de Paco Ortiz, o ‘Te protegerán mis alas’, de Antonio Cuadri, prometen emocionar al público con sus historias llenas de humanidad y sensibilidad.
La selección de cortometrajes no se queda atrás, con cien obras provenientes de países tan diversos como Alemania, Argentina, Bélgica, Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Irán, Italia, Moldavia, Nueva Zelanda, Polonia, Reino Unido, Países Bajos y Taiwán. Una oportunidad única para descubrir nuevos talentos y explorar las tendencias más innovadoras del cine contemporáneo.
El Festival Internacional de Cine Bajo la Luna de Islantilla se ha consolidado como un evento imprescindible en el calendario cinematográfico andaluz. No solo ofrece una programación de calidad, sino que también contribuye a dinamizar la economía local y a promocionar el turismo en la zona. Islantilla se convierte, durante los meses de julio y agosto, en una ventana al mundo, un lugar de encuentro para cineastas, aficionados y curiosos que buscan disfrutar de la magia del cine en un entorno privilegiado. Un festival que demuestra que la cultura puede ser un motor de desarrollo y un motivo de orgullo para toda una comunidad.
Islantilla se pavonea, y con razón, con su festival de cine. Pero más allá del brillo superficial de la alfombra roja y los focos, es fundamental preguntarse si este evento cumple realmente con su potencial como catalizador cultural para la provincia de Huelva. Si bien es innegable el impulso turístico que genera, ¿se traduce esa afluencia en un beneficio real y sostenible para los creadores locales? ¿O estamos ante una celebración que, en última instancia, favorece más la imagen de marca del destino que el desarrollo del talento cinematográfico andaluz? La gratuidad de las proyecciones es un acierto, sin duda, pero no debiera ser la única medida de inclusión; la verdadera democratización del cine pasa por crear espacios de formación y financiación para los cineastas de la región, algo que, lamentablemente, no siempre se percibe en la promoción del festival.
El crisol de nacionalidades que ostenta el Festival de Islantilla es, sin duda, un valor añadido. Sin embargo, la verdadera innovación no reside únicamente en la diversidad geográfica de las obras, sino en la capacidad de romper con los moldes narrativos convencionales y dar voz a historias que desafían el *status quo*. ¿Se atreve Islantilla a apostar por un cine que incomode, que cuestione, que explore los márgenes? O, por el contrario, se conforma con una selección complaciente que, aunque entretenida, carece de la profundidad y la audacia necesarias para dejar una huella perdurable en el panorama cinematográfico? Es hora de que el festival se replantee su papel, no solo como escaparate, sino como impulsor de un cine andaluz valiente y comprometido con su tiempo.
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