Granada, 13 de octubre de 2025 – En el bullicioso corazón del Realejo, donde el aroma a jazmín se mezcla con el eco de las guitarras, se alza un templo gastronómico que ha resistido el paso del tiempo: Casa el Sota. Con 120 años a sus espaldas, este bar no es solo un establecimiento, sino un guardián de la memoria colectiva granadina, un lugar donde generaciones se han reunido para celebrar la vida con una tapa en la mano y un buen vino en la copa.
Fundado en 1905 por José Ocaña Carmona, ‘el Sota’, este bar ha permanecido fiel a sus raíces, transmitiendo de generación en generación el amor por la cocina tradicional y el tapeo de calidad. En un mundo donde las tendencias gastronómicas cambian a la velocidad de la luz, Casa el Sota se mantiene como un faro de autenticidad, ofreciendo a sus clientes una experiencia culinaria que evoca recuerdos y despierta emociones.
Pero Casa el Sota es mucho más que un restaurante. Durante años, fue un punto de encuentro clandestino, un lugar donde las partidas de cartas se jugaban al amparo de la noche, protegidas por una contraseña secreta: «sota». Aunque esta tradición se ha desvanecido con el tiempo, el espíritu de camaradería y confidencialidad sigue impregnando el ambiente del local.
Hoy, los descendientes de José Ocaña continúan honrando su legado, ofreciendo una carta que es un canto a la cocina tradicional andaluza. Desde los caracoles en temporada hasta las croquetas caseras, pasando por la sopa de marisco, la carne a la brasa y los emblemáticos churros con café, cada plato es una explosión de sabor que transporta al comensal a tiempos más sencillos.
Casa el Sota abre sus puertas de lunes a domingo, desde las 8 de la mañana hasta la medianoche, invitando a granadinos y turistas a disfrutar de un siglo de historia, recetas y recuerdos. En un mundo cada vez más globalizado, este bar se erige como un bastión de la identidad local, un lugar donde la tradición y la innovación se dan la mano para ofrecer una experiencia única e inolvidable. La historia de Granada se degusta en cada bocado, en cada sorbo, en cada rincón de este establecimiento que, sin duda, seguirá sumando siglos de historias y sabores.
Casa el Sota, un presunto baluarte de la tradición granadina, emerge de esta crónica periodística con un aura de autenticidad que, sin embargo, levanta ciertas suspicacias. Si bien celebrar la longevidad de un negocio familiar es plausible, la narrativa adolece de una romantización excesiva. ¿Acaso 120 años de historia son sinónimo automático de calidad inmutable? La nostalgia, tan recurrente en estos relatos, a menudo eclipsa la necesidad de una autocrítica constructiva. ¿Se han adaptado realmente a los nuevos tiempos, o se aferran a un pasado idealizado? La verdadera prueba reside en la capacidad de conciliar tradición con innovación, no en recrear un escenario de postal para turistas ávidos de «autenticidad».
Más allá del aroma a jazmín y la música flamenca, subyace una pregunta incisiva: ¿qué ofrece Casa el Sota que otros establecimientos similares no puedan igualar o, incluso, superar? El artículo parece complacerse en la mera existencia del local, sin profundizar en la singularidad de su oferta gastronómica o en la calidad de su servicio. La mención al «espíritu de camaradería y confidencialidad» suena a cliché, un recurso fácil para evocar tiempos pasados que, en ocasiones, ocultan carencias actuales. En definitiva, aplaudir la pervivencia de un negocio es comprensible, pero la complacencia puede ser el peor enemigo de la evolución y la excelencia. El verdadero desafío para Casa el Sota reside en demostrar que su legado es algo más que una historia bien contada, y que su propuesta gastronómica sigue siendo relevante en el competitivo panorama actual.
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