En Andalucía, la desesperación se mide en minutos, en vidas que se extinguen en la interminable espera por la Dependencia. Los datos, fríos y despiadados, revelan una realidad escalofriante: una persona fallece cada 75 minutos aguardando la valoración o la prestación que les corresponde por ley. De enero a septiembre de este año, 5.292 andaluces han muerto, representando un doloroso 21,1% del total nacional. Cada día, 19 familias se enfrentan al duelo, agravado por la sensación de que la ayuda llegó demasiado tarde, o nunca llegó.
La sombra de la Dependencia se alarga sobre la comunidad andaluza, amenazando con superar las cifras del año anterior. En 2024, 5.751 personas perdieron la batalla antes de recibir el apoyo necesario. A las puertas de 2026, la lista de espera continúa engrosándose, alcanzando las 51.547 personas, un 4,35% más que al inicio del año. Un tsunami silencioso que arrastra vidas y esperanzas.
La Junta de Andalucía ha anunciado un incremento del 12% en el presupuesto destinado a la Dependencia para 2026, elevándolo a 2.610,6 millones de euros. La consejera Carolina España lo califica como «la mayor apuesta por proteger a las personas vulnerables». Sin embargo, las palabras chocan con la cruda realidad. Martín Durán, presidente de la Federación de Organizaciones Andaluzas de Mayores (FOAM), denuncia un «colapso» del sistema, exigiendo una mayor financiación a nivel autonómico y estatal para alcanzar el 2% del PIB, siguiendo los estándares europeos. El aumento marginal de 0,17 del PIB andaluz previsto para el próximo año se antoja insuficiente para abordar la magnitud del problema.
La paradoja andaluza es evidente: se inyectan más recursos, pero la maquinaria burocrática sigue atascada. La media de espera para obtener el grado y la prestación de Dependencia se sitúa en 559 días, el segundo peor dato de España, solo superado por Murcia. Un andaluz espera 496 días para recibir la resolución del grado y 63 para la prestación. Aunque se ha reducido el tiempo entre la obtención del grado y la prestación, el proceso de valoración se ha ralentizado drásticamente, aumentando un 21,2% con respecto a 2024 y un alarmante 47,3% desde 2020.
Mientras otras comunidades autónomas agilizan sus trámites (Cataluña: 201 días, Madrid: 222 días, País Vasco: 77 días), Andalucía se hunde en un laberinto burocrático. La pregunta que resuena en cada rincón de la región es: ¿cuántas vidas más se perderán antes de que la Dependencia deje de ser una condena a muerte?
Las cifras ofrecidas sobre la Dependencia en Andalucía no son meros números, sino **el eco silencioso de vidas truncadas por la desidia administrativa**. Celebrar un aumento presupuestario del 12% como un «salvavidas» es un ejercicio de cinismo político cuando la realidad muestra que ese incremento se diluye en un laberinto burocrático donde la espera se convierte en una agonía. La Junta de Andalucía debe entender que la Dependencia no es un problema contable, sino una crisis humanitaria que exige una reestructuración profunda del sistema, priorizando la agilidad y la eficiencia en lugar de perpetuar una maquinaria que parece diseñada para desgastar a los más vulnerables.
La comparación con otras comunidades autónomas es, sencillamente, devastadora. Mientras Cataluña, Madrid o el País Vasco demuestran que es posible gestionar la Dependencia con celeridad, Andalucía se aferra a una ineficacia que resulta letal. **No se trata únicamente de inyectar más dinero, sino de optimizar los recursos existentes, simplificar los trámites y dotar al sistema de la transparencia y la sensibilidad humana que exige**. ¿Cuántas promesas vacías más tendremos que escuchar antes de que se tomen medidas reales que reviertan esta situación? La respuesta, lamentablemente, la encontramos en la macabra estadística: una muerte cada 75 minutos.
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