Sevilla se ha convertido, durante la celebración de la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Naciones Unidas, en el epicentro de una estrategia de proyección internacional orquestada por el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. Lejos de limitarse a ejercer como anfitrión, Moreno ha desplegado una intensa agenda paralela, tejiendo alianzas y consolidando una suerte de "diplomacia andaluza" que, aunque aplaudida por algunos, levanta interrogantes sobre su encaje en el marco de la política exterior del Estado.
El despliegue no es nuevo. Desde 2019, Moreno ha cultivado una presencia constante en foros internacionales, desde las cumbres del clima (COP) hasta exposiciones universales y eventos religiosos en el Vaticano. Esta actividad frenética, que culminará con una inminente visita a Japón, ha servido para posicionar a Andalucía en el mapa global y para reforzar la imagen del presidente andaluz como un líder preocupado por desafíos globales como el cambio climático y la sequía, problemas que golpean con especial virulencia a la región.
La pregunta que surge es inevitable: ¿hasta dónde puede llegar esta "diplomacia paralela"? Mientras algunos ven en esta estrategia una inteligente manera de defender los intereses de Andalucía en un mundo globalizado, otros alertan sobre la posibilidad de que se esté creando una suerte de contrapoder a la política exterior del Gobierno central. La ausencia de representantes del Ejecutivo de Pedro Sánchez en los encuentros organizados por Moreno en Sevilla no hace sino alimentar las suspicacias.
El creciente peso de Andalucía en Europa, consolidado a través de la co-presidencia del Comité Europeo de Regiones (que presidirá a partir de 2027), añade una nueva dimensión a este pulso. Moreno ha aprovechado este foro para elevar la voz de Andalucía en Bruselas, defendiendo la singularidad hídrica de la región y reclamando financiación para combatir la sequía. Una estrategia que, si bien beneficia a Andalucía, también podría interpretarse como un intento de marcar distancias con el Gobierno central y de construir una imagen de liderazgo propio en el ámbito europeo.
En un contexto internacional marcado por la incertidumbre y las tensiones comerciales con Estados Unidos, la apertura de relaciones institucionales con China y Japón se presenta como una oportunidad estratégica para las empresas andaluzas. La visita a China en 2024, seguida de la visita del vicepresidente chino a San Telmo, y la próxima visita a Japón, demuestran la apuesta de Moreno por diversificar los mercados y por buscar alternativas a la tradicional dependencia del mercado estadounidense. ¿Será suficiente para compensar las posibles consecuencias de una guerra comercial? El tiempo dirá.
La «diplomacia andaluza» de Moreno, aunque comprensible en su afán por defender los intereses regionales, corre el peligro de diluir la coherencia y eficacia de la política exterior española. Si bien es innegable el beneficio puntual que estas acciones pueden aportar a sectores específicos andaluces, como la búsqueda de mercados alternativos en Asia, la multiplicación de interlocutores internacionales debilita la voz de España en el escenario global. En un mundo cada vez más interdependiente, la fragmentación de la acción exterior, incluso con las mejores intenciones, puede resultar contraproducente a largo plazo.
Es necesario, por tanto, un debate profundo sobre los límites de esta «paradiplomacia». No se trata de cercenar la legítima aspiración de Andalucía por proyectarse internacionalmente, sino de establecer mecanismos claros de coordinación y colaboración con el Gobierno central. La co-presidencia del Comité Europeo de las Regiones ofrece una plataforma valiosa para defender los intereses andaluces en Bruselas, pero debería utilizarse como un instrumento de diálogo constructivo, no como una herramienta de confrontación con la Moncloa. Solo así, la «diplomacia andaluza» dejará de ser percibida como un desafío institucional y se convertirá en un valioso complemento a la política exterior del Estado.
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