La dimisión de la consejera de Salud, tras el escándalo de los fallos en el cribado de cáncer de mama, ha desatado una tormenta política en Andalucía, una crisis que va más allá de un simple relevo en el organigrama de la Junta. Las imágenes de mujeres denunciando las negligencias, con la piel marcada por la lucha contra la enfermedad, han calado hondo en la sociedad andaluza, erosionando la imagen de gestión eficaz que Juanma Moreno había cultivado desde su llegada al poder en 2019.
La magnitud de esta crisis radica en su impacto directo sobre la salud de las andaluzas, un colectivo históricamente sensible y con un peso decisivo en las urnas. El temor a que estos fallos sean la punta del iceberg de un sistema sanitario debilitado resuena con fuerza, avivando el debate sobre la inversión en sanidad pública y la gestión de los recursos.
A las puertas de unas posibles elecciones anticipadas, la sombra de la duda se cierne sobre la continuidad de la mayoría absoluta del PP. Los sondeos ya apuntaban a un posible auge de Vox, que podría complicar la gobernabilidad. Ahora, la crisis sanitaria añade un nuevo factor de incertidumbre. ¿Será capaz Moreno de contener la hemorragia y recuperar la confianza de un electorado femenino clave? ¿O, por el contrario, este escándalo servirá de catalizador para una movilización de la izquierda que ponga fin a la hegemonía popular en Andalucía?
El tablero político andaluz se encuentra en una encrucijada, donde la gestión de esta crisis sanitaria y la capacidad de dar respuestas convincentes a la ciudadanía marcarán el devenir de los próximos meses. La ciudadanía observa con atención, consciente de que en juego no solo hay escaños, sino la salud y el bienestar de todos los andaluces.
La dimisión de la consejera de Salud, más allá del mero relevo de nombres, revela una profunda crisis de legitimidad en el gobierno de Moreno. **La gestión sanitaria, antaño uno de los pilares de su imagen de solvencia, se desmorona ante la cruda realidad de negligencias que afectan directamente a la salud de las mujeres andaluzas.** No se trata simplemente de un error puntual, sino de una grieta que expone la fragilidad de un sistema que, bajo la promesa de eficiencia, parece haber priorizado la contención del gasto por encima de la calidad asistencial. La pregunta que resuena con fuerza es si esta crisis es un síntoma de un problema estructural más profundo, alimentado por años de recortes y una visión economicista de la salud pública.
El impacto electoral de este escándalo, si bien impredecible en su magnitud, es innegable. **La confianza ciudadana, especialmente la de ese electorado femenino que tradicionalmente ha mostrado mayor sensibilidad hacia las políticas sociales y sanitarias, se ha visto seriamente dañada.** No basta con promesas vacías o paños calientes; se requiere una respuesta contundente, transparente y que demuestre un compromiso real con la mejora de la sanidad pública. La oportunidad está en reconstruir la confianza desde los cimientos, invirtiendo en recursos, garantizando la calidad asistencial y, sobre todo, poniendo el bienestar de los ciudadanos por encima de los intereses políticos. De lo contrario, esta crisis podría convertirse en el principio del fin de una hegemonía que parecía inexpugnable.
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